Limones y naranjas, ¿valencianas o de Marruecos?. FOTO EPDA Los periódicos no lo cuentan o si lo hacen, pasa desapercibido. Pero Valencia y la Comunitat Valenciana se enfrenta a dos gravísimos problemas que tendrán consecuencias dramáticas en el corto plazo y los pagaremos durante muchos, muchos años. La agricultura está arruinada, al convertirse en moneda de cambio del Gobierno de España y la Unión Europea frente a Marruecos y nos hemos quedado sin poder financiero.
Mientras Cataluña, Galicia o el País Vasco han ejercido durante los años de la democracia un poder autonomista fuerte, en la Comunitat Valenciana hemos hecho honor a una palabra que define muy bien al pueblo valenciano y que fuera de nuestras fronteras muchos españoles no lo entienden: meninfotismo. El meninfotismo se podría traducir por pasotismo ante cuestiones fundamentales para el pueblo valenciano, sus intereses y su futuro. Meninfotismo que ha quedado evidente ante la permisibilidad del hundimiento de la agricultura valenciana y del sistema financiero autóctono.
Los agricultores valencianos lo saben perfectamente. Pero no se hacen oír. La agricultura, que ha sido el motor de nuestra economía durante muchas décadas, se muere. Y se muere, en el caso de la citricultura, porque el Gobierno español y la Unión Europea hacen la vista gorda -lo cual significa que lo toleran- para que entren naranjas de Marruecos en España y desde aquí se redistribuyen por Europa. Lo hacen sin pasar los mismos controles fitosanitarios y de calidad a los que están sometidas las naranjas valencianas. Y, para colmo, las naranjas de Marruecos se etiquetan aquí como si fueran valencianas. Lo saben los agricultores y lo saben las autoridades. Pero no hacen nada porque la agricultura valenciana es moneda de cambio para hacer otros negocios en Marruecos. Como consecuencia, el campo se muere y miles de agricultores se enfrentan a una situación insólita: tener que abandonar sus cultivos porque están perdiendo dinero, lo que implicará miles de empleos destruidos.
El meninfotismo financiero ha quedado en evidencia en los últimos meses. Hemos visto caer la caja alicantina de la CAM, la valenciana de Bancaja y más recientemente el Banco de Valencia. Hemos pasado de escuchar tímidas opiniones favorables a su fusión a callar cuando se han hundido las dos cajas y el banco centenario. Ni los políticos -porque tienen gran culpa de lo sucedido-, ni la clase empresarial -salvo excepciones-, ha abierto la boca. Resultado: el centro de decisión financiera se traslada de Valencia y Alicante a Madrid, lo que va a dificultar la financiación de empresas y de la propia administración valenciana. No somos conscientes de la importancia que tiene este hecho y lo pagaremos durante décadas.
Valencia y la Comunitat Valenciana son hoy menos fuertes y más pobres. Y vamos camino de convertirnos simplemente en un destino turístico, lo cual, sin embargo, no será suficiente para mantener un nivel alto de vida.
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