Salvador Murgui en Sevilla. FOTO EPDA
Sevilla 2017. FOTO EPDA
Los que visitamos Sevilla en nuestra
cita anual de cada Semana Santa, esperamos esa noche mágica en que las
calles de Sevilla se transforman en oración, música, arte, mezcla de
aromas de cera, incienso, azahar, y lo que es más importante el fervor
latente de los corazones tanto de creyentes como de aquellos que
reconocen que su fe esta un tanto alejada, pero que ante la presencia de
esos pasos procesionales se les escapa una lágrima, o santiguarse a
toda prisa y en sucesivos momentos.
Esa Sevilla, es la que se vive en Semana
Santa, la Sevilla de ir detrás de un paso cuando ya “va de recogia” la
de las Saetas que nacen de lo más profundo de las entrañas, la de “las
petalás” desde balcones y terrazas, la de las Bandas de cornetas y
tambores, que rompen a cualquier hora de la tarde y de la noche el
silencio estremecedor del paso del Señor con sus profundos redobles, o
las músicas que acompañan los palios de la Madre de Dios, meciéndola al
compás de esas preciosas marchas que adornan la más grande expresión de
arte y devoción que pueda vivir una ciudad maestra en protocolo como
puede ser Sevilla.
No hay palabras para describir ni los
silencios, ni los compases, ni las “levantás” de los pasos, ni ese
momento en que el llamador después del grito del Capataz, “¡Toos por
igual valientes, al cielo con Ella!” cae con su sonido metálico, y se
oye el crujir de la madera sobre el cuello de los costaleros, acompañado
de ese gemido propio y ajeno, en el que sentimos el peso del paso sobre
nuestras espaldas emocionadas que pugnan a cada momento por estar en
primera línea de calle para que ningún detalle, por insignificante que
sea, nos pase desapercibido.
Desde el domingo de ramos, que sale “la
Borriquita” hasta la última hora de la tarde del jueves santo, todo
transcurrió con la más absoluta normalidad. Sevilla fue grande, Sevilla
fue orden, Sevilla estaba en la calle… Sevilla acompañó a sus pasos, a
sus miles de Nazarenos, a sus entregados costaleros y sus devotas
hermandades.
Y llegó la noche mágica, la que se dan
cita tres hermandades de silencio: El Señor del Silencio, El Gran Poder,
¡El Señor de Sevilla! y el Calvario; y las otras tres hermandades (me
saltan las lágrimas al recordar la grandeza de esa noche) las dos
Esperanzas: Macarena y Triana, y Nuestra padre Jesús de la Salud, “Er
Manue” el Cristo de los Gitanos, tres en silencio y tres con música…
“revirás y chicotás” merecen ser vividas en directo… la entrada en
Campana, la del Arco del Postigo, cruzar el puente de Triana, la entrada
en Plaza Magdalena… los puntos estratégicos, estaban ocupados por
quienes cada año buscamos los momentos donde se viven intensamente los
efectos reales de la Madrugá.
A las 2,32 intercambiábamos mensajes
“nosotros viendo los Gitanos ahora” a las 2,42, respondía quien esto
escribe “nosotros ya hemos visto el Gran Poder y el Silencio, nos vamos
ahora a la Plaza de la Magdalena, a ver salir el Calvario y esperar a
la Esperanza de Triana.”
A las 4,55 empezaron las alarmas “¿Dónde
estáis? Aquí la bulla ha sido guapa, ha llegado hasta el río”…
“Nosotros nos vamos ya, es la tercera vez que me cogió, y yo no quiero
que me coja más esto, ustedes estáis bien no? No estábamos bien, por
cuatro veces seguidas tuvimos que soportar el ruido de aquel enjambre
humano, que no andaba a ninguna parte, y que quedaba abortado de
repente, porque la marea humana era tan grande que te tenías que abrazar
a quien estaba a tu lado, o quedarte arrimado a la pared, esperando que
pasara cualquier tragedia ambulante.
La puerta de una finca de pisos se abrió
en la misma plaza de la Magdalena y entre gritos, empujones, lamentos y
caras de horror, nos pudimos refugiar allí dentro. Nadie sabe quién
abrió esa puerta. Allí los nervios se sentían a flor de piel, las
llamadas telefónicas se sucedían incesantes, comentarios de todas las
clases, y sobre todo el temor a los repetitivos intentos de acallar las
músicas, costaleros, cofrades y nazarenos.
La Policía Nacional peinaba la acera…
pero cuando llego el paso de Jesús de las tres caídas (Triana pura en
esencia) un nuevo intento de avalancha se abría paso entre los
Nazarenos. Velas encendidas derramando cera, personas indefensas:
niñas, niños, jóvenes, vestidos de nazarenos, huyendo despavoridos,
quitándose los capirotes, y cada vez los mensajes en aumento de que las
“bullas” tomaron la Madrugá sevillana.
A las 5,25 recibía un nuevo mensaje de
los amigos con los que me tenía que reunir para ver pasar a Gitanos y
después verse recoger la Esperanza Macarena: “Tener cuidao, la gente se
está yendo, meteros en el hotel y descansar y que sepas que se han cargado la Madrugá del 2017”
¡Estremecedor mensaje” el miedo recorría nuestro cuerpo y cabeza.
Había que volver al hotel, un recorrido corto, pero esa noche se hacía
peligroso.
Pasó el palio, con la Esperanza de
Triana, y detrás el acompañamiento musical, no hubieron saetas, no había
gente, aún nos pudimos hacer una foto detrás de los callados músicos.
La imagen era dantesca, el año pasado no se podía andar, y aun pudimos
escuchar la marcha procesional por excelencia de Abel Moreno que lleva
por título “La Madrugá”, y este año estábamos solos detrás de aquellos
abnegados músicos, que tan malos ratos pasaron en momentos de gloria
que se repiten cada año.
El Señor del Silencio, a las 5,49 andaba
solo… los nazarenos salían por la puerta de la calle Alfonso XII, y la
puerta de la calle Silencio, estaba cerrada; Gitanos, no había llegado a
la Carrera oficial, y el paso con el Caballo de Tres caídas, a las
5,55 estaba revirando en Campana. La gente volvía a situarse en ciertos
puntos para contemplar, pero ya nada era igual, el miedo envolvía el
ambiente, los lamentos se sucedían y la tristeza encogía los corazones
de los presentes.
Pasadas las 6 llegó el Señor de los
Gitanos, las sillas en Carrera oficial, en Plaza del Duque, revueltas,
desordenas y vacías, la plaza contagiaba desolación y tristeza, pero las
hermandades son magnas, y aquella entrada en la plaza con la marcha “A
ti… Manué” de Juan José Puntas Fernández, nos devolvió la confianza de
que poco a poco todo iba volviendo a la normalidad, y como no podía ser
de otra forma, el último paso que entró en Carrera oficial, lo hizo
revirando en Campana a los sones de la marcha “La Saeta” de Joan Manuel
Serrat; Teresa y Antonio Velasco Rodríguez, los aplausos volvieron a
sonar y pienso que eran una oración a Nuestro Padre Jesús de la Salud,
para que se acabaran aquellos trágicos incidentes que además de los
detenidos por el desorden causado, vivimos los ataques de pánico
provocados, las roturas, luxaciones y demás accidentes causados.
Hubo en nuestra presencia varias escenas
cargadas de dolor, personas que tuvieron que ser asistidas por
ambulancias y policías, pero sobre todo la desesperación en los rostros
que ocasiona la impotencia de no poder defenderte.
¿Qué paso? Solo la mente humana es
capaz de maquinar estos momentos tan difíciles de digerir. ¿Venció la
fe, el fervor, el amor y la devoción a tanta maldad provocada? ¿Se actuó
bien o se actuó mal? Yo vi que las fuerzas del orden no pararon, porque
es muy difícil pronosticar ese daño humano cuando se toma una ciudad
por diferentes puntos.
Sevilla no se merece eso. Sevilla es
respetuosa, cariñosa, amable y sobre todo generosa con aquellos que
llevamos la semana santa en nuestro corazón. ¡Cuántos sevillanos me
dicen cada año que soy un alma valenciana con corazón sevillano! Así es
de grande Sevilla. Pero la Madrugá del 2017 fue empañada por el odio,
por el gamberrismo, por la sinrazón… no lo sé. Fue un mal momento
vivido con intensidad.
Amaneció el viernes, el cielo estaba
nublado, me quedaba una asignatura pendiente, ver recogerse a la
Esperanza Macarena. Las calles vacías, buscando la llegada al final de
la calle Feria, y allí la pude ver: el Señor de la Sentencia, la
Centuria Macarena, y la Esperanza… me quedo con este recuerdo, la
Esperanza de que jamás se repitan incidentes como el aquella noche,
Sevilla no se lo merece.
Quienes vamos cada año, no queremos
conocer esa Sevilla, queremos vivir la otra Sevilla gloriosa, luminosa,
la que canta “ a tus pies se arrodilla Triana”, la que el tañido de la
trompeta envuelve la noche, y la que refiere el capataz del Cristo de
los Gitanos: “¡Así reza mi gente con las zapatillas en el suelo y el
corazón en la garganta!”
Sevilla en mi corazón: ¡que las
Esperanzas aparten de esos corazones indolentes las malas ideas de
profanarnos a quienes llevamos Sevilla desde las entrañas hasta lo más
querido de nuestra mente!
¡Gloria a Sevilla!
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