Con cuánta facilidad nos acostumbramos a ver las muertes de los
demás, y con cuánta facilidad nos aferramos a la vida como algo propio e
imperecedero.
Demasiadas muertes se están sucediendo de fiscales, políticos,
personas famosas que han desempeñado cargos públicos y que pasan de un
mundo al otro ante el silencio, olvido, y porque no llamarlo así, del
desprecio lamentable de muchos o de cada uno de nosotros. Parece como si
esas cosas de la muerte ajena, no fuera con nosotros.
Todos tenemos una cita con la muerte, tarde o temprano nos llegará, y
llegará como dice el Evangelio: “así como un ladrón en la noche llega
sin advertencia…” Con que poca idea agotamos nuestro tiempo, el tiempo
se nos regala para invertirlo en cosas productivas, en hacer el bien,
en superarnos, en luchar; pero parece ser que esa lección se aprende
demasiado tarde, se aprende cuando hay una advertencia seria de que
“esto se acaba” o cuando de repente se acaba, y no avisa, y los que nos
quedamos detrás de esa vivencia, el único consuelo que aprendemos, es
que no hemos vivido la vida con la intensidad que debe ser vivida.
Nos acostumbramos a la muerte, y no sabemos vivir la vida. Muchos
momentos de tensión, de dolor provocado, de angustia innecesaria, y de
malgastar el tiempo en vanalidades. Todos queremos ser más, ser mejores
que el otro.
Luchar por estar más alto que aquel que tenemos enfrente, y a veces
no caemos en la cuenta que aquel que envidiamos, en momentos concretos
de su vida, puede estar peor que nosotros, quizás tenga más problemas
que nosotros, o no sea tan feliz como nosotros creemos y pobres de
nosotros, queremos y ansiamos su felicidad.
¿Por qué hoy estos pensamientos…? Leo la prensa, veo muertes, miro la
televisión y veo muertes, veo crímenes, veo investigaciones
criminales, y miro el mundo y veo muerte de gente joven, gente que se va
sin decir adiós, personas buenas que nos dejan en el camino, y
familiares que no encuentran el consuelo necesario, ni una justificación
que conteste su pregunta a ese porqué me ha pasado esto a mí.
La muerte respetada, temida, impuesta, la que no avisa, o la que
avisa con lentitud, solo tiene justificación cuando la vemos con ojos de
una nueva vida. La vida son momentos, está llena de paréntesis, está
llena de historias inacabadas, pero también está llena de vida, porque
donde hay vida, hay esperanza, y solo la esperanza de caminar rectos nos
puede mantener y guiar con fuerza a descubrir que la muerte es la
puerta de la vida.
Siento un tremendo respeto por la muerte, lamento que detrás de las
muertes hayan juicios dañinos y sobre todo olvido veloz, y me desespera
pensar que todos hemos de pasar por ese momento, y seremos reos de
severos juicios humanos, que en ocasiones ni se justifican ni atienden a
ninguna realidad. Solo me aferra a este mundo vivir intensamente, para
que cuando se abra la puerta de la muerte, me encuentre cansado de
vivir, con las manos llenas de buenas obras, y con la mente serena del
trabajo bien realizado.
Lo demás es pura fantasía… no te acostumbres a la muerte querido
lector con frialdad y abandono, la muerte forma parte nuestra vida, la
muerte vivida con serenidad y paz, es más real y verdadera que “pasar”
de ella, como algo mundano… ¡Mundanos somos nosotros, cuando pasamos por
el mundo, dejando una estela que a veces lleva ese sello, que nos
viene a decir, que nuestro paso por el mundo es de más pena que de
gloria!
La vida da paso a la muerte, y la muerte es el paso de y por la vida.
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