Acabamos
de pasar otras navidades, con su colofón de la fiesta de Reyes, y
hasta con resopón de un día por capricho –afortunado- del
calendario. Un tiempo extra para acabarnos el roscón y los restos de
turrón que quedan, y para disfrutar de nuestros regalos. Y jugar con
los juguetes que trajeron los Magos de Oriente.
Siempre
me pasa igual. Llegadas estas fechas compruebo, por un lado, que la
ilusión sigue siendo un valor consistente, pero por otro, que entre
tanto consumismo y tanta información a veces empieza a cotizar a la
baja. Y eso sí que no.
Veía
en la televisión el mismo día de la cabalgata las preguntas que les
hacian a varios niños y niñas a pie de calle. Que si una mucñeca,
que si un video juego, que si el equipaje del equipo de fútbol
preferido. Lo de siempre, vamos. Pero me llamó la atención un niño
de no más de diez años que decía “yo les he pedido un chándal,
que es lo que me hace falta”. Y me inundó la tristeza al oir a
aquel viejo encerrado en el cuerpo de un crío a saber por qué
razones. Y en ese mismo instante tuve que agarrar a la ilusión bien
fuerte porque amenazaba con salir por la ventana para no volver
jamás.
Y
es que tal vez me equivoque, pero creo que nos hemos vuelto demasiado
pragmáticos. O quizás yo sea muy infantil. Pero me da mucha pena
ver cómo cada vez hay más gente que regala un sobre con dinero, un
“cómprate lo que quieras” o un “esperamos a rebajas”. Y tal
vez sea una romántica, pero prefiero una fruslería envuelta en
papel de regalo que una tarjeta regalo que quintuplique su valor
económico.
Creo
que la clave está en las cartas. Hay que escribir cartas a los
Reyes. Y mejor en sobre y con sello, pero con un mail o una lista
pegada con un imán en la nevera vale. Y pedirles todo lo que
queramos, aun a sabiendas de que no podrán traerlo todo. Pero no
vamos a ser pobres hasta para soñar, que igual los Reyes puede hacer
un esfuercito extra. Y si no, ya se sabe, contra el vicio de pedir,
la virtud de no dar.
Creo,
también, que ahí está nuestro error. No en Navidad, sino durante
todo el año. Nos conformamos. Vemos injusticias en el mundo sentados
en nuestro sofá y no somos capaces de levantarnos y decir basta, de
manifestarnos, de suscribir peticiones, de echar una mano. Y claro,
quienes tendrían que recibirlas están tan pichis. Debe ser por eso
que nos repiten que todo va divinamente y que estamos en el buen
camino y bla bla bla.
Ignoro
qué querría en realidad el niño del chándal. No sé si soñaba
con un balón o con un trabajo para sus padres. Ni siquiera sé si
soñaba. Pero me voy a atrever a hacer una petición para él, que
hago extensiva a todo el mundo. Pido que recupere la ilusión para
soñar, y también que desaparezca todo aquello que se lo impida. Y
le pido, de paso, a quien me lea, que no se resigne. Las zonas de
confort acaban siendo menos confortables de lo que parecen.
Y,
por supuesto, espero que los Reyes le hayan traído por lo menos el
chándal, y que sea bien bonito. Pero ojala en los bolsillos lleve un
regalo extra, aunque no pueda verlo.
SUSANA
GISBERT
(twitter
@gisb_sus)
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