Mucho antes de los encendidos de luces navideñas, el afán consumista y la estresante realidad de los dÃas previos a las Pascuas, el 6 y el 8 de diciembre en Castellón eran, -todavÃa lo son-, dos fechas entrañables en el sosiego de una urbe con sus señas de identidad propias y que se conservan en toda su plenitud. La primera, con la celebración de la 'festa de Sant Nicolau en el carrer d'Amunt', posiblemente la más antigua de 'les festes de carrer', con origen en la antigua mezquita hoy oratorio urbano de la calle Alloza y que se convierte en el centro espiritual de una trama urbana donde convivieron en paz las tres culturas (la cristiana, la musulmana y la judÃa). Fiesta de San Nicolás renacida este año con la incorporación de nuevos actos y una mayor implicación de los vecinos, cuya hermandad se consagra todos los años ante la imagen del obispo de Bari, obra del escultor Juan Bautista FolÃa. Protocolos, tradiciones y relatos que se transmiten de abuelos a padres y a hijos que hablan de atávicas ceremonias en el ahora dÃa festivo aniversario de nuestra Constitución. Dos dÃas después, y en el marco de la festividad litúrgica del dogma concepcionista, la calle Enmedio sale a la calle para honrar a la Inmaculada Concepción, otro festejo popular, que dejó de celebrarse en 1972, y en las cercanÃas del nuevo siglo volvió a recuperarse como expresión de la memoria colectiva del pueblo. La preciosa imagen de Ponsoda, con su señorial corona, se adueña del céntrico enclave urbano en una procesión que lleva al icono mariano hasta la Concatedral de Santa MarÃa donde un oficio religioso une voluntades y devoción popular. Y es que, en última instancia, el año castellonero se perfila con las manifestaciones de calles y barrios de una ciudad apegada a sus tradiciones y al uso de costumbres que marcan la personalidad desbordante de Castellón y sus gentes. Orgullo de ciudad.