Sucedió en Baracaldo hace poco más de un mes. Contaba con cincuenta y tres años cuando resolvió que la mejor manera de vivir consistÃa en precipitarse por el balcón de su casa antes de verse desahuciada: humillada como tantos otros hasta el extremo de llegar al cruel paroxismo y llegar a la muerte.
Su imaginario y falsario sentimiento de culpa, como si la desgracia sobrevenida fuera una ininterrumpida condena de fin, la llevó a caer sobre el pavimento gélido que esperaba su cuerpo de desesperación, luego cubierto por una sábana- esa imagen terrorÃfica- con uno de sus zapatos a un metro de distancia.
Sufrimiento
¡Cuánto sufrimiento no habrÃa acumulado esa mujer durante largo tiempo!
Su suicidio el escarmiento y la afrenta de quienes se conducen exclusivamente por los números que no cuadran, el robo que se esconde y la indiferencia ciega de quien nada teme y nada ve. El latrocinio como método, el oprobio como sistema y la desfachatez e hipocresÃa de aquellos que miran a otro lado son las consignas de la continuada estupidez y podredumbre de algunas personas que escapan como miserables dejando un rastro de insidia.
¿Qué pensarÃa esta mujer de Baracaldo antes de suicidarse?
Sociedad enferma
Su fatal muerte es el sÃntoma indudable de una sociedad enferma y atemorizada, acobardada en su proyecto más amplio, en su esperanza más Ãntima y perseguible; una sociedad capitalizada por frÃos cálculos, estadÃsticas, porcentajes y cifras sin cuento: deshumanizada por completo a partir de rectas lÃneas que distinguen a los ricos de los pobres y otra, al mismo tiempo, de los pobres a los muy pobres.
Una sociedad asà aparece despojada de sus valores más extraordinarios cuando la muerte precipitada deviene en solución rápida e inmediata de quien se tiene y vive desesperado, solo e ignorado.
Esta mujer de Baracaldo murió por su propia mano mas murió asesinada.
Todos, sin excepción, deberÃamos reflexionar sobre ésta y otras tragedias que suceden todos los dÃa en un contexto de crisis tan dura como la que estamos sufriendo.