Recuerdo que no hace tanto tiempo, hablaban de la
cuesta de enero a lo largo y ancho de este primer mes del año hasta
el punto que una oÃa la palabra "enero" y la asociaba
inmediatamente a "cuesta" como se asocia "sequÃa" a
"pertinaz".
Pero esta vez no. Y dirÃa que hace ya tiempo que
dejó de usarse. Porque temo que ya hemos asumido que la cuesta es
permanente, como una subida al Tourmalet en la que nunca se llegara a
la cima. Pedaleando constatemente cuesta arriba.
Pero, con sus matices, existir, existe. Aunque la
cosa está tan malita que ya casi nadie dedica un minuto a esos
remordimientos –o mejor, regordimientos- por habernos pasado
con los turrones y el cochinillo. Sobre todo, con la que está
cayendo, con la cantidad de personas, dentro y fuera de nuestras
fronteras, que ni turrones ni cochinillo. Bastante tienen con un
mendrugo de pan y otras ni eso. Se conforman con conservar la vida.
¿Exagero? Puede ser. Ójala fuera asÃ. Porque
mientras muchos seguimos peleando con el michelÃn, o por encontrar
la ganga más preciada en las rebajas, otros pelean contra la
intolerancia prendida en cuchillas en vallas, en fronteras hostiles,
en mares que se vuelven tumbas, en guerras que les expulsan de sus
casas o en el fantasma de hambrunas y epidemias. Y muchos, contra el
drama de no tener casa ni dinero con que alimentar y cobijar a sus
hijos, por no hablar de un médico que les asista si enferman. Y eso
ocurre en enero y en todos los meses del año. Para ellos la cuesta
dura todo el año.
Y una piensa que quizás por eso no se hable tanto
del famoso ascenso del primer mes del año. Pero vana ilusión. Nada
de sensibilidad, o bine poquita. Si los informativos no la remachan
tanto, no es por la preocupación por todos esos temas. Es por otra
cosa. Porque se hacen eco de lo que considera actualidad, y ésa no
es otra que la pelea por un sillón más grande o más chico, por
este puesto o aquel otro, por quien es más sobrebio y quién tiene
la razón. O, aun no teniéndola, se lleva el gato al agua.
No he visto en estos dÃas que las conversaciones
entre quienes aspiran a un acuerdo para mandar se centren en ninguno
de estos temas. Ni sanidad, ni educación, ni justicia, ni cultura.
Nada de temas humanitarios ni de soluciones a problemas concretos.
Nada de nada.
Y en las redes sociales, más preocupados por los
trajes de los Reyes Magos que porque haya niños que no reciban
regalos, por el vestido de una presentadora que porque haya quien no
tiene con qué vestirse.
No quiero ser demagógica, pero es inevitable. Me
sigue pasmando que todos los pactos se centen en puro silloneo y
nosotros asistamos a la representación sin preguntarnos qué harán
desde el ansiado sillón una vez se aposenten en él.
Tal vez llegar a comprenderlo sea la verdadera
cuesta de enero que tengamos que arrostrar. Tiempo al tiempo. O no.