He tenido grandes dudas. No sabía si desarrollar el presente artículo bajo el epígrafe "El peligro de la nueva izquierda" o "La vergüenza de un consistorio", porque todo escrito con intencionalidad pública debe, o al menos debería, someterse, entre otras, a las reglas más básicas que exige la coherencia. Y esto, ¿cómo no?, incluye al título, cuya intencionalidad básica es la de sugerir el tema a tratar o, también, despertar el interés del lector y, al mismo tiempo, invitar a su lectura. No obstante, como el verdadero proceso creativo es totalmente libre voy a permitirme el lujo de seccionar la presente redacción al final de determinado párrafo, sin que por ello se elimine la continuidad en el motivo del relato. Así pues, dividiré esta crónica en dos partes, una para denunciar algo que en los tiempos actuales empieza a ser alarmantemente cotidiano y otra para reportar la injustificable o cuando menos excesivamente laxa actitud de un gobierno municipal. De esta forma, al final, será el lector el que intitule con uno u otro epígrafe lo que ahora le ofrezco.
Entramos pues en materia.
El pasado 29 de agosto el Ayuntamiento de Navajas tenía convocado a las 20:00 horas, en el local conocido como El Teleclub, uno de sus Plenos anuales. Me comentaban que, en contra de lo que suele ser habitual, a dicho pleno acudió mucha más gente de la esperada. Para decirlo de otra forma, el aforo fue completo.
Entre los muchos temas tratados por los vecinos, don Manuel Rodríguez Vázquez, laureado escultor de reconocimiento internacional, presentó, a mi entender de forma demasiado comedida, una queja. Dicha queja venía impulsada por un malintencionado artículo que el Libro de Fiestas de Navajas del año 2025 ha publicado en compañía de otros varios. Aparte de referirse a don Manuel Rodríquez como "cierto escultor" o "Manolillo", lo cual implica una falta de respeto personal absoluto, se le trataba también de vejar porque en su momento don Manuel esculpió dos bustos para el que era en aquel entonces el Caudillo de España. Amparándose en la Ley de Memoria Histórica (o Ley 52/2007) el autor del referido artículo se explaya a sus anchas. Si no recuerdo mal, porque me niego a contribuir económicamente comprando semejante panfleto y por lo tanto escribo con lo poco que quiso conservar mi indignada memoria, el susodicho autor entrelaza de una manera toscamente burda su animadversión hacia el dictador con cierto sarcasmo no exento de hostilidad hacia don Manuel Rodriguez. ¿De qué forma?, vejando al primero y tratando de ridiculizar al segundo. Y digo tratando, porque, señor autor del artículo, querer no es poder.
Como parece que usted es ignorante de ello, la figura que usted no valora en absoluto cuenta, como antes he dicho, con el reconocimiento internacional. Y subrayo lo de internacional porque esa es una capacidad que no está al alcance de cualquiera. Si como usted pretende sugerir el pecado de don Manuel, Ilustrísimo Don Manuel Rodriguez según qué certámenes de alcance nacional pero el mismo "Manolillo" de usted, fue hacerle esos dos bustos al que fuera Caudillo de España, debería saber que la mayoría de los artistas trabajan por encargo, entre otras cosas porque el artista come y cubre honradamente sus necesidades con lo que le pagan sus clientes por el producto a entregar. Esto es algo nada reprobable que se viene haciendo además desde antes del Renacimiento y que de la misma forma en la que don Manuel creó esos dos bustos talló otros muchos para disfrute del humanidad, entre ellos el de Miguel Hernández, que luce en Buenos Aires, el relieve de Max Aub, el del Obispo Luis Amigó situado frente a la Catedral o la más que magnífica escultura de Francesc de Vinatea que centra y ennoblece la ya de por sí monumental plaza del Ayuntamiento de Valencia, verdadero corazón de la capital autónoma. Por no señalar que el tono empleado en el artículo referido no me parece el más adecuado para un libro de fiestas, donde se debería fomentar la cordial conviencia entre los vecinos del pueblo. Por lo tanto, a tan magnífico artista yo le recomendaría que se apropiara de dos frases, una de ellas repetida en sus diversas variantes por artistas de la talla de Orson Welles, Goethe o Rubén Darío, aunque nunca perteneciera al cervantino Quijote: " Si los
perros ladran, Sancho, es señal que cabalgamos". Y la otra atribuida en el mundo del espectáculo a la esposa del diplomático, escritor, dramaturgo y director de teatro Edgar Neville. Me estoy refiriendo, naturalmente, a famosa actriz madrileña de los años 50 y 60 Conchita Montes: " Que hablen bien o mal de mí, pero, por favor, que hablen".
Y, ¿qué tiene que ver todo esto con el título del presente escrito? Pues mucho. Ya he dicho con anterioridad que usted lanza sus piedras amparándose en la Ley de Memoria Histórica, Ley, que dicho sea de paso, me merece un gran respeto porque yo, señor, soy hijo de un teniente del ejercito de la República y aprendí la letra de La Internacional porque mi madre la cantaba a media voz muchas veces cuando barría o pasaba la fregona en nuestra casa.
Pero es tanto el empeño que ustedes, la actual izquierda, ponen en no dejar descansar a los muertos
-ni los de un lado ni los del otro-, es tanto el empeño que ustedes ponen en ahondar en las encarnizadas heridas que dejó una contienda civil como la que padecieron nuestros padres, es tanta la facilidad con la que acusan de fascista al que se atreve a cuestionar ese afán adoctrinador que tanto los está caracterizando, son ustedes tan propensos al insulto, a la castración, a la descalificación, a la manipulación, a la imposición, a la sanción, al enfrentamiento continuo, etc, etc, que yo les estoy empezando a coger mucho miedo. A la consigna, ya tan manida, "que viene la extrema derecha" yo como medida profiláctica empiezo a contraponer el revulsivo "que viene la extrema izquierda". Es la manera más respetuosamente democrática que encuentro para defenderme de su permanente acoso. Pero lo verdaderamente peligroso no es esto, lo verdaderamente peligroso es la normalización con que la sociedad civil empieza a digerir lo que ustedes le están cocinando. Porque la intolerancia siempre es peligrosa, se justifique como se quiera justificar y por mucha piel de cordero que se ponga uno encima para ocultar al lobo que acecha debajo. Al respecto, una magnífica profesora que tuve en mis épocas de estudiante me dijo una vez: "Alberto, guárdate de aquel que siempre tiene razón, porque acabará cortándote la cabeza". Y esta nueva izquierda además de tener siempre razón nunca es culpable de nada; qué curioso, ¿verdad? Al menos, a mí me lo parece. Curioso, e insisto, también peligroso.
Bueno, prometí que cortaría el relato pero no su motivación. Y lo prometido es deuda, parece ser que no para el gobierno central actual pero sí para menda, aunque menda no sea Mendo. Por tanto, puedo prometer y prometo que abordaremos hasta el final el tema propuesto. Eso sí, desde la perspectiva referida con anterioridad en la segunda línea del primer párrafo. Hasta pronto.