Primero uno y luego el otro, los dos portalones de acceso al convento se cierran tras de mÃ.
Puntual, Ignacio Husillos (el padre Nacho), sale a mi encuentro, bajo los cipreses. Lleva un librito
en la mano, que me entrega; trata sobre Eufrosina, la mujer monje de AlejandrÃa. El bibliotecario es
mundano y locuaz. La empatÃa es su fuerte.
Avanzamos hasta el recinto. A su lado el tiempo vuela,
apenas habremos de preguntar: las confesiones mana
entrevistarse conmigo y acabé accediendo. Yo tenÃa 18 años. ¡Vamos, que me pescó! ¡Pero yo ya me
habÃa matriculado en la universidad! Y mi pregunta era: «Pero ¿tengo yo vocación?».
Él me insistÃa
en que sà la tenÃa. Empecé Periodismo y deseché enseguida entrar en el Seminario, pero durante los
dos años que pasé estudiando mantuve un debate interno y espiritual sobre la vocación al Carmelo
Teresiano.
Finalmente me vino: fue como un estallido. Ese hombre fue la mecha.
-¿Qué te traerÃas de tus frecuentes incursiones al mundanal ruido?
-[Se queda pensativo]… La conexión con la realidad cotidiana, para no vivir
ensimismados. La empatÃa, para tener los pies en la tierra.
Pero a menudo me buscan para tantas
cosas, que me digo «vaya, es que no puedo, no soy Supermán». Cuando un trabajo requiere toda mi
atención, mi memoria no puede abarcar otros temas por igual. Hay veces en que puedes centrarte en
algo y tener abiertas pequeñas ventanas, pero ante lo bastante absorbente eso no puede ser. Es como
comparar la memoria RAM con la ROM de los ordenadores.
-El silencio es uno de tus temas recurrentes, al igual que la risa. En tus escritos lo
vemos, bien en los libros en que colaboras, en los artÃculos de los seminarios o en tu tesis
doctoral. ¿Cómo se compaginan el humor y el silencio?
-Bien. Son complementarios. El humor que se esconde en la ironÃa es un tipo de silencio.
Por eso la clave del buen humor es salir por peteneras, está en la gracia irónica de lo no dicho.
-¿Cuál es el libro mimado de la biblioteca y qué enseñanza o esencia sacas de él?
-No hay uno en concreto, y eso que tenemos algunos incunables.
Cada libro ocupa su lugar
en la biblioteca. Me gustan las colecciones completas, que no falte ninguna pieza (por eso me
encantan los sudokus difÃciles [rÃe]. Hasta un folleto tiene su importancia. Tengo manÃa de archivero
o almacenista; de hecho, habrÃa sido almacenista si no hubiera sido fraile.
-¿Dónde es más rica la meditación y en qué lugar prefieres rezar?
-Para rezar, en grupo: no sé solo. Meditar, en la capilla o en mi sitio: quiero decir donde se
centra todo (aunque a veces se cambia, por las circunstancias o por las personas; suerte que me
adapto al dÃa a dÃa).
Me gusta meditar en el jardÃn, pero puedo hacerlo viendo una serie de
televisión, a partir de algo que digan, por asociación de ideas. En el tren una vez llegué a meditar
mezclando la lectura de Khalil Gibran con las conversaciones de los pasajeros.
-Fray Ignacio de la Palabra, escoge una sola para definirte.
-Comunicación. O… relación.
-Tu obra es abundante y tienes proyectos muy dilatados. Estudios sobre ermitas,
tanto de aquà como de pueblos de toda España; análisis de unos 4.000 conversos al catolicismo
desde el siglo I al siglo XXI; bibliografÃas… ¿Por qué legado te gustarÃa que te recordaran?
-Por mi bibliografÃa de casi 700 páginas sobre el padre carmelita descalzo Juan de Jesús
MarÃa [1564-1615]. Es una pieza de un rompecabezas, fruto de un trabajo de investigación intenso.
Cuando ya llevaba escritas unas 100 páginas, se las enseñé a un fraile ya anciano que me dijo:
«Bien… Estas cosas se hacen o de joven o de muy viejo» [risa frailuna]. Es importante adaptar los
textos antiguos, revisarlos para que queden actualizados, corrigiendo datos erróneos que han pasado
inadvertidos y aportando nuevos.
-¿Cómo imaginas la vida aquà dentro de 200 años?, ¿qué destino le aguarda al
convento?
-Lo imagino parecido a ahora, pero adaptado a las innovaciones que haya.
Al despedirnos retoma la vena humorÃstica, «con risa frailuna», a la que es tan adepto, y me
pregunta que en qué se parecen un coche, un tren y la familia. Me quedo en silencio. Las campanas
apremian, aunque el tiempo parece detenido.
Dejaremos en el aire para el lector y sus lucubraciones
el acertijo y la ocurrencia. «Aquà los hermanos seguimos una regla, pero, de todos, yo debo de ser el
más desreglado», concluye. Sin embargo, «por sus obras los conoceréis» (Mt 7,15-20). Que asà sea.