Fundación Bancaja presenta en Sagunto la exposición El bodegón contemporáneo. Colección Fundación Bancaja, una muestra que reúne 37 obras pertenecientes a los fondos artísticos de Fundación Bancaja que revisan y repasan el género artístico del bodegón a través de la mirada de una amplia nómina de artistas valencianos que se han inspirado para la creación de sus obras en grandes composiciones de bodegones y naturalezas muertas del arte contemporáneo universal: Alfonso Quijada Martínez, Amparo Ortizá, Enrique Giménez Carrero, Esteve Adam, Federico Montaner Alba, Fina Inglés Capella, Genaro Lahuerta, Joaquín Michavila, José Castañer, José Luis Albelda Raga, José María Albareda, José Sanleón, Josep Bria, Josep Vanaclocha, Juan Borrás Casanova, Juan José Barberá Zamora, Luis Viguer, Manuel Agulló Martínez, Mariano Maestro, Miguel Ángel Bosque Almiñana, Molina Cigés, R. Tenien, Ramón Gil Alcalde, Ramón Mencheta, Ribera Berenguer, Teresa Cháfer Bixquert y Willy Ramos.
La muestra, que estará abierta al público hasta el próximo 25 de noviembre, reivindica la pervivencia de este género pictórico en el arte contemporáneo y lo analiza desde dos vertientes: en primer lugar, su origen y evolución a lo largo de la historia del arte; y, en segundo lugar, el bodegón en el arte valenciano de la segunda mitad del siglo XX.
Con motivo de la exposición se va a realizar un taller didáctico de escritura e ilustración dirigido a niños de 7 a 11 años los próximos 19 y 26 de octubre y el 9 y 16 de noviembre. Durante la actividad, se trabajarán personajes de una naturaleza muerta que cobrarán vida y dinamismo con los cuentos ilustrados. Además, se ha editado un catálogo que recoge las imágenes de las obras que forman parte de la exposición y textos que contextualizan estas obras.
La muestra, de entrada gratuita, se puede visitar en horario de martes a sábado, de 17 a 21 h. Toda la información se puede consultar en la web www.fundacionbancaja.es.
Frente a la libertad de ejecución pictórica que se vivía en Europa a mediados del siglo XX, en España, durante los años cuarenta, cincuenta y mediados de los sesenta se creaban obras basadas en un rígido lenguaje artístico oficial que sumió el género del bodegón en el pseudorrealismo, una tendencia que se puso de moda entre la burguesía acomodada, con exuberantes bodegones, desbordantes manjares y enormes y fastuosas piezas de caza.
El nefasto conservadurismo de esos cuadros tuvo como consecuencia un cierto descrédito de esta temática, pero, al mismo tiempo contribuyó a que las nuevas generaciones de artistas de los años sesenta y setenta renovaran la pintura de naturalezas muertas simplificándolas, como es el caso de las obras de Genaro Lahuerta, Joaquín Michavila o Juan Borrás Casanova. Otros artistas rendirán homenaje a grandes composiciones de bodegones del arte moderno: es el caso de Josep Vanaclocha que, influenciado por los bodegones de Cézanne y sus manzanas, lo evidenciará en la volumetría de sus composiciones.
El proceso de análisis y síntesis del objeto que aportó el cubismo de Picasso y Braque será reinterpretado en los bodegones de Juan José Barberá Zamora y Miguel Ángel Bosque Almiñana, así como la decrepitud expresionista se manifiesta en los de Ribera Berenguer. El refinamiento poético del italiano Giorgio Morandi es abordado por Teresa Cháfer Bixquert. La abstracción geométrica en clave de naturaleza muerta la encontramos en Alfonso Quijada Martínez y en su obra En torno a lo geométrico y lo orgánico (1977). En algunos casos, los bodegones se presentan en la intimidad de los estudios del artista: así ocurre en Composición-pintura (1975), de José Sanleón, y en Gris como aire gris (1985), de Manuel Agulló Martínez. La influencia de los bodegones del arte popular americano del siglo XX de Warhol también tiene cabida en Bodegón con pinceles (2001), de José Molina Cigés, y Bodegón I (2002), de Willy Ramos.
El bodegón o naturaleza muerta
La Real Academia Española define el término bodegón como 'composición pictórica que expone como tema principal frutas, verdura, caza, pesca, etc., y objetos domésticos diversos'. Su composición es claramente frontal y presenta como protagonistas, con gran naturalismo y en un espacio a menudo indeterminado y confuso, objetos sin vida, sin la presencia de figuras humanas ni seres vivos. Conocido también como naturaleza muerta, se trata de un tema que, desde siempre, ha intrigado al ser humano y que existe desde los inicios del arte hasta nuestros días.
En el bodegón se representa la realidad de una forma engañosa, de aparente fidelidad al objeto recreado. Aunque los elementos que aparecen no sean reales, así lo parecen. Es la llamada pintura del trampantojo, en la que diversos elementos inanimados se muestran con «aparente vida», aunque en realidad ya no la posean. A pesar de que en algunos casos parezcan realizados con simplicidad, todos ellos se caracterizan por una estudiada estructura compositiva y una gran carga simbólica.
Los bodegones conectan directamente con la idea de la fugacidad y fragilidad de la vida y con la de la irremediable pérdida de la belleza, aunque muy a menudo no se perciba en la obra a simple vista. Este simbolismo se manifiesta por medio de elaborados recursos estilísticos y compositivos, escenográficos y lumínicos que, unidos a un inteligente uso del cromatismo, consiguen con efectividad que en todas estas obras exista un cierto dramatismo oculto, latente. Nada ocurre en ellos, no hay acción aparente, no hay caos y, sin embargo, el espacio interior del cuadro está cargado de drama, de silencio, de tensión, de misterio.
Atendiendo a los diferentes elementos que aparecen en las obras, se puede establecer una amplia tipología de bodegones o naturalezas muertas: comestibles tales como frutas, verduras, dulces, pescados, carnes (de caza o despiece), tubérculos y legumbres; utensilios y ajuar de uso cotidiano diario y doméstico como jarrones, vasos, platos, vasijas, cacerolas, fuentes, cubiertos, paños de cocina, etc.; mobiliario diario y doméstico: mesas, sillas, aparadores, lámparas; mobiliario ornamental asociado a la idea del lujo y la cultura: antigüedades, espejos, esculturas, pinturas, mapas, máscaras, libros, telas valiosas e instrumentos musicales; floreros o centros de flores con flores frescas o marchitas; y, por último, un tipo determinado de bodegón en el que, además de la presencia de algunos de los objetos mencionados anteriormente, el artista incorpora otros que se asimilan a la idea de la fragilidad y fugacidad de la vida: relojes, calaveras, elementos naturales marchitos, velas, cerillas u hogueras encendidas a punto de apagarse, entre otros. Son los llamados vanitas. Con importante trascendencia temática, tienen una clara relectura moralizante y ejemplificadora de la condición efímera de la gloria y el poder. Estos vanitas han sido profusamente realizados a lo largo de toda la historia del arte y alcanzan su punto álgido en los siglos XVII y XVIII en países europeos de religión católica. Por su trascendencia y significado, esta tipología de naturaleza muerta siempre ha resultado ciertamente atrayente para los artistas y nunca ha dejado de ser representada. Incluso hoy en día, los vanitas están de plena actualidad: son entendidos en el arte contemporáneo como manifestaciones con clara intención antisocial, como transgénero, en una época en la que el ser humano únicamente valora el poder, la riqueza y el lujo.
La evolución del género
Desde la prehistoria se han representado elementos de uso cotidiano, así como el resultado de la caza o la pesca, a modo de trofeos o exvotos. Con el retroceso en cuanto a naturalismo que supuso el arte paleocristiano y su evolución en la Edad Media, su presencia sigue latente y se representa como parte intranscendente de un todo, como mero recurso decorativo, función que continuará en la Edad Moderna, un periodo durante el cual se considerará un arte decorativo y menor. En cada momento se representarán de una forma u otra, atendiendo a los intereses de artistas y mecenas.
Será en Italia, con Caravaggio y su Cesta de frutas (1596), y en Holanda, en torno a 1650, cuando aparezcan los primeros bodegones o naturalezas muertas como género artístico independiente. Snyders, Rembrandt, Sánchez Cotán, Velázquez, Zurbarán y Yepes serán algunos de los artistas que en el
En el XVIII, el siglo de la Ilustración, se instauran en toda Europa las academias de bellas artes y sus enseñanzas artísticas regladas. El bodegón o naturaleza muerta es considerado como género, como una disciplina artística más que aprender, aunque de menor importancia (la última en la escala de las disciplinas artísticas). Su impartición de acuerdo con estrictas normas académicas asfixiará el naturalismo de estas composiciones que, repetidas hasta la saciedad por los artistas noveles, producirán un profundo hastío, una visión negativa del bodegón como motivo artístico que representar. En la España academicista y de enseñanzas regladas destacará, sin embargo, la Cátedra de Flores y Ornatos de la Real Academia de Bellas de San Carlos de València, donde se formarán los futuros ilustradores de cartones o motivos para la importantísima industria sedera valenciana del XVIII.
Ya en la primera mitad
Estas experiencias y sensaciones visuales en torno al bodegón serán interpretadas de manera subjetiva y personal por Vincent van Gogh y Paul Cézanne, dos genios de la historia del arte que consiguen llevar con sus obras el género del bodegón hasta límites inimaginables, convirtiéndolas en obras maestras. Lejos de renunciar a la carga simbólica del bodegón como lo harán los impresionistas, Cézanne, con Cortina, jarro y frutero (1893-1894) y Van Gogh, con La habitación del artista en Arlés (1889), la refuerzan mediante el uso de violentas distorsiones de perspectiva, luz y color, creando ese ambiente de tensión y misterio que caracteriza a este género pictórico.
El siglo XX supone una eclosión de tendencias y movimientos artísticos que en la mayoría de los casos retomarán con fuerza el género del bodegón por su contenido simbólico tan atemporal: el memento mori o la fugacidad de la existencia. La presencia y representación de la naturaleza muerta en la pintura en el siglo XX ha sido intensa y constante a lo largo de su compleja trayectoria y evolución. Picasso, Gris y Braque establecerán en sus bodegones todo un decálogo acerca de la teoría artística del cubismo y la representación tridimensional de los objetos en superficies bidimensionales e iniciarán la técnica del collage reutilizando elementos de uso cotidiano en algunas de sus composiciones. Miró pinta el Bodegón del zapato viejo (1924), en el que rinde homenaje al género vanitas por su importancia en la pintura española, y Max Beckmann y los expresionistas fijan su mirada en este género por su carga emotiva y decadente, mientras que Magritte con sus pipas y Dalí con sus composiciones oníricas de bodegones de relojes configuran espacios infinitos cargados de misterio y extrañeza. Por su parte, Warhol reinventa con Campbell's Soup Cans (1962) el bodegón en el siglo XX con un lenguaje colorista, repetitivo y popular.
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