Primero fue La 1 de TVE. Después llegó La 2 -o la UHF como se le conocÃa popularmente en sus inicios-. Más tarde las televisiones autonómicas públicas. Antena 3, Telecinco y Canal +. Hace poco más de un lustro, Cuatro y laSexta. Y hace menos tiempo, gran eclosión de canales con el apagón analógico y el nacimiento de la TDT. Más de 40 canales en algunas comunidades autonómas que creÃamos que supondrÃan mayor libertad, pluralidad, variedad y un revulsivo para el sector audiovisual y periodÃstico de España. Una, dos y tres. Descojónense conmigo. Ja. Ja. Ja.
Primero fue la absorción de Cuatro por parte de Telecinco, constituyendo el gigante Mediaset en España, junto a La Siete, FactorÃa de Ficción, Boing, Divinity y, a partir de enero, Energy, pensado para el público masculino (¿?). Un grupo de centro derecha se quedaba con la que fuera la cadena del Grupo Prisa, de centro izquierda.
Ahora se anuncia lo que vengo anticipando hace muchos meses: la absorción por parte de Planeta (Antena 3, Nova, Neox y Nitro) de las cadenas de Mediapro (laSexta, laSexta2 y laSexta3). De nuevo, la derecha mediática española (La Razón, Onda Cero) se quedan con la única tele progresista y transgresora de España, cuya licencia promovió José Luis RodrÃguez Zapatero para crear un emporio mediático afÃn al zapaterismo frente al Grupo Prisa, siempre próximo al felipismo y la vieja guardia del PSOE.
Todo eso ha terminado. Alrededor de Telecinco y Antena 3 se constituyen los dos imperios audiovisuales del paÃs, volviendo a los años 90 en cuanto al duopolio privado, aunque con un ramillete de canales secundarios dirigidos a públicos y targets concretos.
Y con este duopolio, ganan los accionistas, pero pierde el sector periodÃstico, al reducirse la competencia -y, por tanto, también el empleo y lo sueldos-, y la pluralidad. Sin embargo, comienza una etapa apasionante de lucha por la audiencia y la tarta del pastel publicitario, cada vez más escaso pese a que el Grupo RTVE ya no emite publicidad.
Pero el proceso de concentración audiovisual todavÃa no ha concluido. Queda por ver caer la mayorÃa de las televisiones públicas autonómicas, que nacieron en pleno fragor autonomista tras la transición, pero que en la mayorÃa de los casos se han ido desviando de sus objetivos iniciales hasta derivar hacia un mero instrumento propagandÃstico del gobierno autonómico de turno. Mientras la fiesta ha durado, la borrachera del ladrillo permitÃa el derroche y la sinvergonzonorÃa más vomitiva. Pero la ruina ha llegado a los gobiernos autonómicos y, muy su pesar, deberán tomar medidas que frene la hemorragia presupuestaria que arrastran estos órganos polÃticos.
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