Todas
las revoluciones se inician en la mente de un Jefe de Gobierno, de un
militar o de un presidente de partido. Revolución significa cambiar
en profundidad una manera de ser. La revolución puede ser un éxito
o puede ser un fracaso.
Los
seres humanos son los únicos que definen sus vidas. Los animales,
cuando nacen, se encuentran perfectamente definidos por razón de su
instinto.
El
fin de las revoluciones fué siempre derrocar, sustituir
gobiernos, monarquías o imperios. Desde 1789, época de la
Revolución Francesa, los hombres han buscado en la revolución, más
que cambiar al gobierno, transformar los sistemas políticos y
sociales sobre los que se asienta la sociedad. No siempre fué
la economía el alma de las revoluciones. El hombre buscaba una
sociedad nueva y distinta, anulando como paso necesario, la
confianza y la fe en los antiguos principios. Toda revolución
es una violenta sacudida política, bastante frecuente en los
pasillos de la historia.
Es
curioso, pero las más grandes revoluciones siempre proclamaron
ampliamente la defensa de los derechos humanos: libertad,
derecho al trabajo y a una vida justa. Los revolucionarios siempre
han estado confiados de inaugurar una época nueva, mejor que la
anterior y han decidido borrar el pasado. Es curioso que en la gran
mayoría de las revoluciones sus dirigentes procedan de clases
intelectuales, más bien que de clase obrera. Las revoluciones han
ido siempre de la mano de la violencia. Decimos que a mal tiempo
buena cara, pero no siempre fué así. La gente, hastiada de los
gobiernos que no les han dado aquello a lo que pensaban tener
derecho, entra en un estado de frustración de la que surge la
agresividad. A través de ella se pretende lograr un mejor nivel de
vida. Hoy sabemos, por experiencia, que jamás la violencia fué
la mejor respuesta social. El fin jamás justifica los medios.
La gente revolucionaria conoce muy bien la psicología de la gente, a
la que atrae con enorme astucia, dándoles razón en todo y
ofreciéndoles una sociedad de ensueño. Es bueno acercarse a la
historia y aprender sus lecciones.
En
el siglo XIX una terrible sacudida hizo temblar aquella Europa que
iniciaba sus primeros pasos industriales. Un intelectual judío,
Carlos Marx, pensó que Europa no caminaba por la senda adecuada
e inicio una gran revolución social. Había que derribar a los
patronos, casta perniciosa, y ensaltar a los proletarios,
sometidos y violados en sus derechos. Aquella revolución, que iba a
tambalear los cimientos de la historia, se inició con una dura lucha
de clases. Pero la historia nos ofrece una gran lección:
aquellos que dirigieron la orquesta, animando a los "de
abajo", una vez tumbaron a los "de arriba",
ocuparon su lugar, engañaron al pueblo, sometiéndole a
una feroz tiranía. No olviden los Gulags, los campos de exterminio,
la carencia de libertad… Acuérdense de Lenin, Stalin,
Mao, Fidel Castro, que hicieron sus revoluciones a costa de los
tontos de siempre, que se prestaron a ello. ¡Así suelen terminar
siempre las revoluciones!
Muchos
saben que todas las revoluciones no benefician al hombre, pero
prefieren autoengañarse y meterse en el camino de las
mismas. Prefieren un salto al vacío, un camino sin retorno… La
historia del siglo XIX nos ha ofrecido el triste final de ciertas
revoluciones que prometieron el paraíso a sus seguidores,
cuando la realidad fué una atroz tiranía. Aquel ilusionado
"nuevo amanecer" se convirtió en una sociedad depauperada,
esclava y de pensamiento único. Cuando la demagogia florece
todo es posible.