Hace ya unos dÃas que,
viendo el informativo, tuve la idea de escribir sobre algo. Pero, no
sé si por prudencia o por pura intuición, dado que estaba
relacionado con la selección española de fútbol, decidà esperarme
unos dÃas, a ver cómo iba la cosa. Y vaya si lo vimos. Asà que,
después de felicitarme a mà misma por mi sagacidad, dejé la cosa
para más adelante, que no está bien hacer leña del árbol caÃdo.
Pero, una vez lamidas las
heridas, no podÃa dejar de hacerme eco del apasionante reportaje con
el que nos obsequió una cadena de televisión. Nada menos que las
madres de los futbolistas presuntamente destinados a la gloria,
cocinando primorosamente en unas tarteritas para sus esforzados
retoños. La cosa, en su momento, me pareció casposa y trasnochada y
con el correr del tiempo, resulta que también rozó el ridÃculo.
Porque ahà quedaron las hacendosas mamás con su fiambrera y el
billete de avión comprado para la siguiente fase del mundial que sus
hijos no llegarÃan a jugar. Pero, además del fiasco futbolÃstico,
que no es poca cosa, de lo que querÃa hablar es del fiasco
informativo. Porque la verdad es que resulta patético que dediquen
un rato de la ya hipertrofiada sección de deportes a semejante cosa.
A lo que dice, y a lo que no dice, que todavÃa es peor. A perpetuar
unos roles que se eternizan y que seguirán mientras nadie haga nada
por evitarlo. Y asÃ, sin ningún empacho, nos endosan el reportaje
en que las mamás de estos chicos hacen de cocinitas para sus niños.
Como si no tuvieran padre, o como si éstos no pudiesen cocinarles,
faltarÃa más. Y todos, al otro lado de la pantalla, tragando el
guiso como una cosa supuestamente simpática. Y tan campantes.
Pero los informativos de
esos dÃas parecÃan dispuestos a acabar con mi humor, y no tardaron
en darnos una nueva embestida a todos los que creemos que hombres y
mujeres somos iguales. Porque, claro, la dichosa coronación vino que
ni pintada para echar tierra sobre el desastre de la roja, y al dÃa
siguiente ahà estaban, a pie de palacio, todas las televisiones como
si no hubiera pasado nada. Y al margen de comentar hasta la saciedad
lo mona que iba la nueva reina, y lo elegante que iba la antigua
reina, y lo ricas que estaban las princesitas, nos obsequiaban con
todo tipo de imágenes y –lo que es peor- comentarios que parecÃan
transportarnos varios siglos atrás. Tradición, herencia, monarquÃa,
escudos, nobleza, trono, corona, palacio, rey, reina, prÃncipe o
princesa. Todo cosas inalcanzables para todos salvo unos poquÃsimos
escogidos por la loterÃa de los genes, por más que la Constitución
que juraba el nuevo rey diga que todos somos iguales ante la ley.
Y aún faltaba lo peor de
todo: la genuflexión. Esa reverencia con la que las mujeres, y sólo
las mujeres, se supone que deben rendir pleitesÃa al monarca. Y es
que si no fuera suficiente con ver semejante despliegue de
desigualdad, la puntilla era esa. Como el colmo de los colmos de los
chistes de Jaimito. Por si no habÃa bastante, que las mujeres se
agachen, y doblen la rodilla, que para eso están. Ya sé que muchos
no compartirán mi opinión, y lo asumo, pero me horroriza ese gesto,
servil e innecesario. Y no puedo dejar de decirlo. Y es que somos
ciudadanas, y no súbditas. O ciudadanos y no súbditos, llegado el
caso. Pero estas mal llamadas tradiciones parecen empeñadas en hacer
ver lo contrario.
Asà que nada. Por más
que nos digan, en cuanto llega un acontecimiento, sea el que sea, le
dan en plena cocorota a la tan cacareada igualdad y nos recuerdan que
aún nos queda un largo, larguÃsimo camino por recorrer.
Pero claro, ¿qué
esperábamos? Si hasta los superhéroes discriminan. Digánme por
qué, si no, entre los Cuatro Fantásticos sólo hay una
mujer, y precisamente es invisible. Pues eso.
Aunque, de todos modos,
yo no me rindo. Y ya llevo puesto el dorsal para esa larga carrera
hacia la igualdad que tenemos por delante. Que cada uno se ponga el
suyo. Y a correr hacia la meta.