Desde hace siglos, en la arquitectura popular del interior valenciano se esconden signos que permanecen casi inadvertidos, invisibles a quienes no saben mirar. Son símbolos apotropaicos: marcas diseñadas para proteger casas, ermitas y puentes de lo que no se veía pero se temía. En un territorio donde la devoción cristiana convivía con la superstición rural, grabar un círculo, una estrella o una cruz en la piedra era un acto de defensa silencioso.
Ejemplos de estas huellas aparecen dispersos por el sur de Castellón y el norte de Valencia. En la ermita de San Antonio de Pádua, en Lucena del Cid, los dinteles conservan incisiones en forma de círculos y cruces múltiples. En Villahermosa del Río y Ludiente, varias ermitas y masías muestran motivos solares y rosetas grabadas cerca de puertas y ventanas, marcas que no eran meros adornos, sino señales con función protectora.
En el Maestrazgo, especialmente en Benassal y Ares del Maestre, se pueden observar estrellas de seis puntas y hexapétalas talladas en portadas de antiguas masías. Estos símbolos geométricos, repetidos en otras zonas de Europa, formaban un lenguaje secreto que pretendía alejar la desgracia y ofrecer un amparo silencioso a quienes habitaban la tierra.
El Alto Palancia aporta otro escenario enigmático: en la Cartuja de Vall de Crist, en Altura, algunas piedras reutilizadas muestran cruces y círculos incisos. La reutilización hace que su significado exacto sea difícil de precisar.
Un caso particular se encuentra en el puente de Santa Quiteria, entre Almassora y Vila-real. Sus sillares recogen una colección de cruces, fechas y figuras incisas realizadas en distintos momentos. ¿Eran exvotos improvisados por viajeros? ¿Se trataba de rituales discretos para proteger un paso considerado peligroso? La historia no lo revela y el puente guarda sus secretos, silencioso, entre sus arcos y piedras antiguas.
Finalmente, destacan los cruciformes antropomorfos de la ermita de Sant Francesc de la Font, cerca de Castellón de la Plana. Esquemas humanos grabados en los sillares rompen con la simpleza de las cruces habituales. Su rareza sugiere gestos de fe y protección que se funden en un simbolismo que el tiempo no ha permitido descifrar del todo.
En conjunto, estas huellas forman un patrimonio discreto, disperso entre ermitas, masías y puentes, donde lo cristiano se mezcla con lo pagano y la superstición sobrevive en lo tangible. Siguen allí, visibles para quienes saben observar, pero misteriosos, casi herméticos, desafiando a quien se acerque a descifrar los secretos que tallaron quienes ya no están.