Carlos Osoro estaba preocupado porque se habÃa quedado sin capellanes en el Hospital ClÃnico Universitario de Valencia. Manifestó su pesar en una reunión de arciprestes, lo hizo de forma sutil, sabÃa que era un destino deseado por pocos. Julio Badenes, 78 años, alzó de inmediato la mano. Se pidió el destino. Ahora, a los 90 años, le han forzado diplomáticamente a retirarse por miedo a que el coronavirus acabara con su vitalidad. "Yo hubiera seguido igual, me siento con fuerzas". Hace el mismo trabajo entre sus compañeros ancianos y enfermos en la residencia de sacerdotes Venerable Agnesio. Hasta les limpia la habitación a los que no pueden, porque las tres religiosas que cuidan del establecimiento andan sobrecargadas y no pueden con todo.
- ¿No es un destino difÃcil la capellanÃa de un hospital?
- Para nada. Es un trabajo bonito, interesante, llevar esperanza, amor, hablar con los enfermos, estar a su lado. Llevarles la EucaristÃa. Lo agradecen mucho.
- ¿Les facilitan o dificultan el trabajo el personal del hospital?
- No, en absoluto. Son muy amables. Yo nunca he tenido problemas. Normalmente te llama el paciente o los familiares cuando requieren atención espiritual, pero no pocas veces los propios médicos y enfermeras.
Su último dÃa del superjubilado sacerdote, como él mismo se llama, fue el 19 de marzo, en plena vorágine del coronavirus. Los dÃas 14 y 15 tuvo guardia. Los capellanes tienen asignada una guardia de 24 horas cada tres dÃas. Con él trabajaban últimamente un sacerdote mexicano y otro colombiano. En las postrimerÃas, unos gamberros le profanaron la capilla, pero lo resolvió enseguida con su larga experiencia de torear duras lides.
- En tiempos de coronavirus demandan más en los hospitales al sacerdote.
- Sà que tenemos casos, aunque menos, por dos razones. A veces, cuando el enfermo llega a la UCI no está muy consciente o permanece sedado. Y a los familiares no se les deja entrar en el hospital. Hoy sé que un afectado por el virus está grave y la familia ha pedido sacerdote, los últimos auxilios espirituales, y tenemos el problema de que no tenemos medios para protegernos y no podemos acercarnos a ellos por nosotros y porque podemos transmitirlo con el contacto. Se está viendo la manera de resolverlos. También al personal sanitario le falta medios para autoprotegerse. Yo lo único que tenÃa era mi bata blanca, que no protege de nada, y una mascarilla. Al personal le dan una mascarilla por persona y dÃa.
A sus 28 años una mujer le profetizó que perderÃa la fe si leyera "La araña negra" de Vicente Blasco Ibáñez. Precisamente el Hospital ClÃnico está en la avenida Blasco Ibáñez de Valencia. Era una mujer de la periferia, de los núcleos duros de la increencia. Su parroquia era portuaria, difÃcil como todas las que le tocaron en suerte. Le tomó la novela, la leyó y devolvió. "Mire, no he perdido la fe. Ahora tengo más fe".
- De joven, en los 70, le pusieron fama de cura obrero, revolucionario,…
- SÃ, algo de eso hay. Yo era muy avanzado y tenÃa un vicario que también era avanzado, pero he sido muy de la jerarquÃa, de la Iglesia. He trabajado siempre por e Evangelio. Me enviaron a estudiar a Roma, me licencié, pero volvà a lo mÃo, de pastor. Fundé una parroquia, la de Jesús Obrero. Un colegio, el Ave MarÃa de Peñarroja. Todo eso en el famoso Mayo del 68. Y aquà me tienes, esperando que pase lo del coronavirus. Como capellán del Hospital he estado 9 años, 3 meses y 14 dÃas.
Se sabe al dedillo el tiempo que le ha dedicado a la asistencia espiritual a enfermos en el Hospital, donde se ha desenvuelto como pez en el agua, le conocÃan y querÃan todos. Intento sonsacarle si ha sido una mala decisión sacarle de la capellanÃa y ya mandarlo al "reposo del guerrero", pero inteligentemente no entra a la muleta. Comprende las razones que le expusieron, a su edad entra de lleno en el grupo de riesgo del coronavirus, y hay que velar por su salud y vida. Hubiera podido contra argumentar, alegar que se ha pasado la vida en medio de momentos duros y difÃciles, en medio de enfermos y enfermedades, y que está inmune, ha podido con todo y nadie ha podido con él, pero ha aceptado. Ha pasado a atender a sus compañeros de residencia sacerdotes ancianos y enfermos, él, de 90 años, un nuevo destino que él mismo se ha auto adjudicado, no ha esperado a que nadie se lo mande. La primera vez que ha pasado de la JerarquÃa. Un sacerdote ejemplar, santo, incansable, inasequible al desaliento.