HacÃa
tiempo que no veÃa a mi amiga MarÃa. Me la encontré el otro dÃa
saliendo del colegio de sus hijos, donde habÃa asistido a una
reunión para preparar los disfraces de carnaval. SalÃa de allÃ
apresuradamente, entre un montón de madres que comprobaban que les
habÃan dado el trozo de tela que correspondÃa para el disfraz de
sus criaturas. Raso rosa para las niñas y azul para los niños. Le
pregunté cómo lo harÃa, dado que no tiene ni idea de coser, y ella
me respondió con una sonrisa que, como dijo la maestra, todos los
niños tenÃan una abuela con una máquina de coser.
No
hablamos demasiado. Subida en su viejo utilitario y disculpándose
porque en él abundaban las piezas de legos, algún envase de zumo y
hasta una muñeca, me decÃa que apenas tenÃa tiempo para arreglarse
para una cena con un grupo de amigos, ya que tenÃa que aparcar su
viejo coche en casa para ir allà con el flamante todoterreno que
conducÃa su marido. Y, por supuesto, antes tenÃa que imapartir a la
niñera las instrucciones sobre la cena de los niños y la mochila
del dÃa siguiente que, por más que Mario era muy apañado, no habÃa
manera de recordar cuándo la niña tenÃa ballet y cuándo el niño
fútbol.
Yo
no estaba invitada a la cena, pero và dÃa siguiente MarÃa me contó
lo bien que lo pasaron. Eran varias parejas que, por descontado, se
distribuyeron ordenadamente con los hombres a un lado y las mujeres a
otro, ya que, según decÃa MarÃa, a ellas les gustaba hablar de sus
cosas. Y asà lo hicieron, comentando la pelÃcula romántica que
habÃan emitido el dÃa anterior en una cadena de televisión y de la
que, por fortuna, una de ellas tenÃa una copia, porque hubo quien,
como MarÃa, no la pudo ver terminar porque cuando habÃa fútbol,
Mario se instalaba en el comedor y a ella le daba pereza irse a ver
la tele sola a la cocina. Y se rieron de algo que les pasaba a
varias, que se ponÃan enfermas con esa manÃa de sus maridos de
empuñar el mando a distancia y hacer zapping como si no hubiese un
mañana.
Según
referÃa, hasta tuvieron un momento para las lágrimas, porque una de
las parejas se marchaba a vivir fuera porque a él le habÃan
ascendido en su empresa y le habÃan nombrado jefe en otra ciudad.
Ella se pidió la excedencia, y, aunque tenÃa sus dudas, le animó
otra amiga, que afirmaba que desde que se pidió su segunda
excedencia por cuidado de hijos, su vida habÃa dado un vuelco,
aunque no dijo en qué sentido.
Y
hasta tuvieron sus sobresaltos, porque la hija mayor de una de las
parejas asistentes a la velada llamó a sus padres asustadÃsima para
que la recogieran, que con eso de que dejaban pasar gratis a las
chicas en la discoteca, se habÃa encontrado rodeada de chicos que no
le gustaban nada. Y MarÃa añadÃa que habÃa que ser cuidadosos
para poner hora de regreso a las niñas, que los chicos eran otra
cosa. Pero por suerte, la cosa no pasó de ahÃ.
Confieso
que MarÃa no es real, aunque sà lo son todas las situaciones que
cuenta, y que a buen seguro nos suenan conocidas. Y es que todas
hemos sido alguna vez MarÃa y todos alguna vez Mario, aún sin
darnos cuenta.
Y
ya es hora de que nos la demos. Que por más que creamos, nuestra
vida es un cúmulo de obstáculos en la carrera por ser cada vez más
iguales. ¿O no?
SUSANA GISBERT
(TWITTER @gisb_sus)