Hace cerca de 9.000 años habÃa dos grandes rutas migratorias en el sur de Europa, a través de las cuales se expandieron las nuevas tecnologÃas vinculadas a la agricultura. Asà lo revela una investigación liderada por investigadores del Consejo Superior de Investigaciones CientÃficas (CSIC) en la Institución Milà i Fontanals (IMF-CSIC), en Barcelona, y publicada en la revista PLOS ONE. El trabajo reconstruye las rutas de migración del Mediterráneo gracias al estudio de las primeras hoces de siega neolÃticas.
Los resultados aportan nueva luz sobre la difusión del NeolÃtico y de las primeras técnicas agrÃcolas a lo largo del Mediterráneo, desde el Mar Egeo hasta las costas atlánticas portuguesas. Este perÃodo, en el que tuvo lugar la aparición de la agricultura y la ganaderÃa, está considerado como el más revolucionario de la historia de la humanidad.
Liderado por los arqueólogos de la IMF-CSIC Niccolò Mazzucco y Juan F. Gibaja, el estudio identifica una primera ruta marÃtima por el Mediterráneo, que va desde los Balcanes hasta la penÃnsula Ibérica, y por la que se movÃan grupos de población desde el 6700 a.C, y otra menos conocida y más septentrional a través del Adriático, por la que empezaron a migrar en el 5500 a.C. "Al migrar", explican los autores, "esos pobladores llevaban consigo nuevas tecnologÃas y nuevas ideas".
En el trabajo también participan cientÃficos del CNRS, de la Universidad Libre de Bruselas y del Museo della Civiltà de Roma.
Dos rutas, dos tipos de hoces
"La ruta marÃtima iba desde los Balcanes, pasaba por el sur de Italia y el golfo de León, y llegaba hasta el sur de la penÃnsula Ibérica hacia el 5300 a.C. En esta vÃa, los grupos de agricultores tenÃan unas hoces curvas, con pequeños dientes de sÃlex insertados en un mango de madera, que se iban sustituyendo con el uso y formaban un filo dentado", explica Mazzucco.
La segunda ruta, hasta ahora muy poco conocida, salÃa de los Balcanes y pasaba sucesivamente por el Adriático, el norte de Italia y el sur de Francia, hasta llegar a la penÃnsula Ibérica, especialmente a lo largo de toda la parte septentrional, hacia el 5200 a.C. "En esta segunda vÃa", añade Mazzucco, "los útiles de siega que se difundieron se caracterizaban por tener láminas de sÃlex más anchas y largas que las de las primeras hoces. Este tipo de láminas se producÃan a través de procesos de manufactura más complejos y, a medida que se desgastaban, se afilaban con pequeños golpes".
50.000 piezas de 80 yacimientos
El trabajo es el resultado de más de diez años de investigación y del estudio de cerca de 50.000 piezas lÃticas de 80 yacimientos de paÃses europeos como Grecia, Italia, Francia, España y Portugal, datados entre los años 7000 y 5000 a.C. Entre ellos hay yacimientos emblemáticos como el de Knosos, en Creta, del que se han estudiado las primeras fases de ocupación "mucho antes de la construcción del palacio minoico", el asentamiento lacustre de La Draga, en Banyoles (Girona), y el subacuático de la Marmotta (Roma).
Las condiciones excepcionales de conservación de estos dos últimos yacimientos han permitido la preservación de útiles completos, en los que se han podido analizar las partes de madera e incluso las resinas empleadas para fijar las piezas lÃticas. En el resto de yacimientos, el estudio se ha focalizado sobre aquellas piezas de piedra, más de 1.500, que formaron parte de hoces neolÃticas. El análisis de las huellas microscópicas documentadas en estas hoces ha permitido descubrir de qué forma fueron elaboradas y utilizadas, asà como la gestión de la siega en relación a la madurez de los cereales o el uso que iba a hacerse de las semillas y los tallos.
El trabajo revela cuáles fueron las primeras hoces que los colonos neolÃticos difundieron en el Mediterráneo, su distribución geográfica y cómo evolucionaron a lo largo del tiempo, como resultado de las adaptaciones de los grupos de migrantes a los territorios recientemente ocupados. "A partir de una pieza lÃtica, podemos reconstruir cómo eran, qué forma tenÃan, cómo habÃan sido usadas y para qué tipo de cultivo, normalmente trigo o cebada", detalla Juan Gibaja.
"Generalmente el estudio de la difusión de la agricultura se ha abordado a través del análisis de las semillas de los cereales cultivado, puesto que en los yacimientos arqueológicos se recupera una amplia variedad de semillas de cereales. Pero esta gran variabilidad es producto de factores muy diversos, como las condiciones ambientales y la adaptación del cereal cultivado a una zona climática, por lo que resulta más difÃcil identificar rutas de dispersión a partir de su estudio. En cambio, el análisis de las piezas lÃticas permite aportar nueva información, dado que, por su naturaleza mineral, estas piezas suelen conservarse mejor y habitualmente son fáciles de encontrar y detectar en una excavación arqueológica. Su estudio nos ha permitido seguir el camino de las comunidades neolÃticas desde una perspectiva diferente", añade Gibaja.