La próxima semana conmemoraremos -que no
celebraremos- el dÃa contra la Violencia de género, sea cual sea su nombre
oficial. En esta tesitura, y a punto de cumplirse diez años de la Ley Integral
de protección a las vÃctimas de violencia de género, es un buen momento para
hacer balance. Y examen de conciencia, de paso, que nunca viene mal.
La ley
constituyó un paso de gigante en la lucha contra esta pandemia, por más que
muchos se obcequen en decir lo contrario. Tuvo el extraño mérito de ser
aprobada por consenso entre todos los grupos polÃticos y aunque tal vez esto
la privó de algunas exquisiteces técnicas, ello queda compensado de sobra con
el hito que supuso. Justo es reconocer que son muchos los paÃses que la han
tomado como ejemplo a la hora de hacer su propia ley, y con ello me refiero,
entre otros, a paÃses de nuestro entorno, avanzados y civilizados sin duda
alguna. Créanlo o no.
Sin
embargo, no hay que echar las campanas al vuelo. El número de mujeres
asesinadas en estos últimos diez años supera las 700, y al ritmo que vamos este
año igualaremos tan funesta ratio. Y esta cifra del oprobio ha hecho a muchos
considerar la ley como un enorme fracaso. Craso error.
La ley
es, desde luego, mejorable. Pero es una buena ley. Lo que no ha sido tan buena
es la manera de desarrollarla. O, mejor dicho, de no desarrollarla. Porque se
puso el acento en la gestión del fracaso en lugar de hacerlo en la del éxito.
Y se sigue produciendo con ello una hipertrofia de su parte judicial y una
atrofia del resto, olvidando que se acude a los juzgados cuando todo lo demás
ha sido inútil. Está muy bien que se doten los juzgados, y las fiscalÃas -y
más que debieran dotarse, por cierto- para castigar a los autores de delitos de
violencia de género y para proteger a sus vÃctimas. Pero lo que realmente
estarÃa bien es que no existieran esos delitos ni hubiera que proteger a su
vÃctimas. Y para ello no hay otro camino que la educación y la prevención, no
lo olvidemos. Y ahà es donde andamos cojos, como mÃnimo.
La falta
de educación en igualdad es ella semilla del futuro maltrato. Y parece lógico
poner remedio cuando todavÃa es una semilla, y no tener que tener que actuar
contra un árbol con firmes raÃces que da su fruto envenenado. Asà que, manos a
la obra, que todos tenemos algo que hacer en esta lucha. Esa es nuestra
responsabilidad.