Héctor González. EPDA. Sandra Gómez aportaba novedad, desenvoltura, juventud y formación a la candidatura a la alcaldía de Valencia del PSPV-PSOE en 2015 que encabezaba un Joan Calabuig con aspecto más de asesor financiero devanándose los sesos por cuadrar unas cuentas que de político que pretende ilusionar para que le voten. Transcurrido poco más de un año, el teórico líder se marchó a ocupar un puesto de director general en el que le encajó su amigo Ximo Puig, con la mirada orientada a la Unión Europea y alejada de Valencia.
La joven abogada asumió la primera tenencia de alcaldía y delegaciones que aportan tanta visibilidad como Relaciones Institucionales, Personas Mayores o Turismo. Perfecto para lucirse y encarrilarla como candidata en 2019. Con su aplomo y la tendencia de voto, a nivel nacional, soplando a favor del PSOE, todo parecía conjugarse para que Sandra Gómez pudiera alcanzar la alcaldía de Valencia. Incluso algunas encuestas le otorgaban la victoria.
No obstante, con la campaña, resumida en el lema ´Aire fresco para València´ y que más que en la gestión realizada se basaba en dos ideas nada excepcionales que repetía: “soy mujer y de una familia del Cabanyal”, empezó a quedar claro que no iba a conseguir su propósito. Se le hizo excesivamente larga la citada campaña. Ese aire fresco ya se había convertido en calina estival.
Y Joan Ribó, el alcalde al que intentaba superar con la curiosa ´pinza´ en los debates que hacía con la candidata de Unides Podem, María Oliver, tenía mucho más fuste, recorrido e imagen del que el equipo de Sandra Gómez calibró.
Quedó tercera, con solamente un concejal más que Fernando Giner, el cuarto, de Ciudadanos. Y Ribó pasó de nueve a diez ediles. Escribo Ribó y no Compromís porque la coalición posiblemente no ganaría sin el alcalde y su foto de rostro de anciano entrañable inundando Valencia en mayo de 2019.
Que probablemente se repetirá en el mismo mes de 2023. Mientras sus conmilitones en otras localidades celebraban las alcaldías socialistas, Sandra Gómez apenas avanzó.
Asumir el golpe le duró mes y medio de discusiones por cerrar el pacto de gobierno. Pidió la vicealcaldía y volvió a perder. Ribó le colocó a un vicealcalde de Compromís, a su fiel lazarillo Sergi Campillo, que no se despega de ella en las ruedas de prensa. Luego, desapareció unos meses. Ahora, ni luce como vicealcaldesa ni por sus delegaciones, más farragosas de gestión interna. Ni tan siquiera salta a la palestra por plantar cara al polémico Giuseppe Grezzi (ahí le ha tomado el relevo Elisa Valía).
Lo que más ha trascendido de ella en este año y nueve meses de mandato es una felicitación navideña de dudoso (mal) gusto. Si hace dos años se perfilaba como candidata indiscutible a alcaldesa por el PSOE-PSPV, ahora las apuestas por Sandra Gómez han decaído.
Ya irrumpen otros nombres. La vicealcaldesa parece especialmente afectada por la apatía pandémica. El aire fresco se ha transformado en biruji.
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