Susana Gisbert. /EPDA De vez en cuando la vida te recuerda que la magia existe. Yo viví uno de esos momentos afortunados esta semana. Y fue tan especial que no podía dejar de compartirlo. Espero saber transmitir mis sensaciones como merece la ocasión.
Hace apenas unos días me reencontré con una buena amiga. Tan buena, que aun no sé por qué perdimos el contacto, hace más de treinta años. Pero así fue. Casi nada.
Hubo un tiempo, cuando acabábamos de estrenar la mayoría de edad, en que fuimos inseparables. Cada fin de semana, sin faltar ni uno, nos encontrábamos, tras quedar como se hacía entonces, a tal hora en tal sitio, en un tiempo en que los teléfonos móviles ni siquiera eran ciencia ficción. Cenábamos siempre en el mismo restaurante, nuestro sitio favorito, y luego íbamos a donde surgiera. Pero confieso que lo que más me gustaba, más allá de pubs, sitios de copas y discotecas, eran aquellas cenas en la intimidad con mi amiga, hablando de lo divino y de lo humano y arreglando el mundo. O aquel pequeño universo a que se limitaba nuestro mundo.
El tiempo nos llevó por caminos diferentes y un día, sin que sea siquiera consciente del momento, dejamos de quedar. Poco a poco dejamos de llamarnos - entonces no había redes sociales ni whatsapp del que echar mano- y un mal día perdimos el contacto.
Muchos años después, la causalidad quiso que yo diera una charla en el pueblo del que ella provenía y donde pasaba los veranos. Como siempre la recordé, pregunté como de pasada y el destino quiso que aquella persona que contactó conmigo para dar la charla fuera prima de mi amiga. Inmediatamente la llamó, y escuché su voz por vez primera desde hacía treinta años. No obstante, la suerte aun no estaba del todo de nuestro lado, y la pandemia demoró aquel reencuentro tan deseado. Pero el hilo que nos unía se restauró de nuevo y ya no volvimos a perder el contacto.
Ahora, por fin, hemos vuelto a vernos y ha surgido la magia que siempre estuvo ahí. Fuimos al mismo restaurante -aunque ha cambiado de nombre, existe- pedimos la misma cena y conversamos y nos contamos nuestras cosas como si no hubiera pasado el tiempo. Por un momento, sentí como si el mundo hubiera dejado de girar desde aquellos tiempos en que estrenábamos la vida, cuando éramos más jóvenes de lo que hoy son nuestras hijas.
Y por eso, porque ha sido tan hermoso, quería contarlo, compartir este pedacito de felicidad. Algo muy necesario en los tiempos que corren.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia