Susana Gisbert. /EPDA
Un
año más, ha pasado el 8 de marzo. Y un año más, como viene sucediendo
últimamente, hemos comprobado con tristeza que no somos capaces de ponernos de
acuerdo. Ni siquiera por reivindicar algo tan básico como los derechos de las
mujeres.
Mi ciudad, Valencia, fue de esas en las
que hubo dos manifestaciones diferentes, coincidentes en la hora, pero con
recorrido distinto. Los lemas de ambas, asumibles, y en ellos ninguna pista que
indicara a la gente en general, más allá de quienes las convocaban y organizaban,
cual era ese punto de disensión tan grande que impide que, aunque sea por un
solo día, salgamos a la calle todas juntas.
Me dio rabia. Me viene dando rabia
desde hace tiempo que, en el feminismo, me hagan elegir como si fuera una cría,
si quiero más a papá o a mamá. Y más aun que nadie se arrogue su representación
de manera excluyente. En esta materia más que nunca debería estar descartada el
“conmigo o contra mí”.
Esa rabia fue la que me impidió
disfrutar del todo de lo que significa el 8 de marzo, esa jornada de
reivindicación de la igualdad y los derechos de las mujeres. Recuerdo con nostalgia
hace unos pocos años, cuando mujeres, y también hombres, salimos en tropel a
tomar las calles, bajo un mismo lema. ¿Qué ha sido de aquella unión, de aquel
espíritu que nos llevo a pensar que la igualdad real era posible? ¿Dónde fue
aquella sororidad de la hoy ya no habla nadie?
Parece mentira que no nos demos cuenta de
que, parafraseando un conocido dicho, la desunión hace perder la fuerza, y no
andamos tan sobradas de ella como para permitírnoslo. Deberíamos recordar que
son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan y conseguir que,
al menos por un solo día, la unión de todas en busca de un objetivo común
vuelva a las calles.
Yo ya venía rumiando todo esto, pero vi
su verdadera dimensión cunado mi hija, que lleva un tiempo fuera de España, me
preguntó si iba a la manifestación. Le tuve que decir que había dos, y ni ella
ni yo llegamos a saber, a la vista de sus lemas y convocatorias, cuál de ellas
estaba más cerca de nosotras, ni qué separaba a una y otra. Y eso es, sin duda,
para hacérnoslo mirar.
Tal vez soy una ilusa, pero espero que
el año que viene, cuando mi hija me pregunte, haya una sola opción. Porque si
seguimos así, nos arriesgamos a que no haya ninguna. Y eso sería terrible.
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