Susana Gisbert./EPDAYa
hace tiempo que cada vez que hay algún acontecimiento me viene a la
cabeza la canción de Presuntos
Implicados. Cómo
hemos cambiado, sin duda. ¿Quién nos iba a decir hace un año la
que se nos venía encima? Por más que recibiéramos noticias cada
vez más alarmantes de aquel virus que hacía estragos en la lejana
China, parecía que no fuera con nosotros. Un cuento chino, vaya.
Pero
el cuento se volvió realidad, y una realidad, además, mucho más
horrible de lo que hubiéramos imaginado nunca. Enfermedad, dolor y
muerte.
El
pasado 8 M todavía estábamos en la calle con la creencia de que no
sería para tanto. Salíamos, como cada año, a celebrar la alegría
de ser mujeres y a reivindicar todo lo que aún nos falta. Lo pagamos
caro, a pesar de no tener culpa ninguna. No solo en los contagios que
pudieran producirse, sino, sobre todo, en la culpabilización al
feminismo de todo lo que estaba pasando. Como si el virus no hubiera
llegado a través de un partido de fútbol, ni se hubiera diseminado
en actos de partidos políticos de cuyo nombre no quiero acordarme.
No
podíamos adoptar medidas porque, simplemente, nadie sabía qué
medidas adoptar, ni teníamos ni idea de la maldad de este bicho. Y
eso vale para feministas, futbolistas, militantes de cualquier
partido o asociación de torneros fresadores o criadores de calamar
salvaje.
Como
a las brujas de antaño, se nos echó la culpa. Y de nuevo nos la
echarán si pasa cualquier cosa, aunque antes se hayan manifestado
hosteleros, negacionistas, y cualquiera que lo haya solicitado. Pero
parece ser que el color morado es más peligroso para la expansión
del virus.
Esta
vez no saldremos a la calle. No habrá marchas multitudinarias ni
gritos ni cánticos. Tampoco tenemos el cuerpo para farolillos, la
verdad. Pero la reivindicación no solo se hace en las calles.
Contamos con ventanas, con balcones, con medios de comunicación y
con redes sociales, ese instrumento que hace que un grito llegue
mucho más lejos y a muchas más personas que el que se dé en la
plaza más concurrida de la ciudad más populosa. Y eso hemos de
aprovechar. Que no nos callen la boca, pero que podamos callar a
quienes nos culpan.
Este
8 M será más morado que nunca, como moradas eran las camisas que
confeccionaban aquellas trabajadoras textiles cuya muerte es el
origen de esta conmemoración. Y será, como no, más responsable que
nunca.
Por
ellas. Por todas.
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