Escribo este artículo mientras escucho el escándalo de la
maratón, que va mucho más allá de gente que corre. Unos tambores llevan desde
primera hora de la mañana perforándome los tímpanos e instalándose en mi
meninge con la intención de quedarse. Me va a dar algo.
Confieso que odio correr. Siempre se me ha dado fatal,
hasta cuando iba al cole. Era buena para otros deportes, pero en las carreras
siempre llegaba la última, con la lengua fuera y con lágrimas en los ojos. Recuerdo
que en una evaluación donde la única nota de gimnasia era la de una carrera de
resistencia -normalmente las compensaba con gimnasia rítmica o deportiva, que
se me daban de cine- conseguí aprobar porque mi querida amiga Carolina me cogió
del brazo y se empecinó en cargar conmigo cuando yo había decidido tirar la
toalla. Por cierto, recuperé a esta amiga este verano, después de un montón de
años sin verla y, como si esto fuera un programa de tele, aprovecho para
saludarla y mandarle un abrazo.
Tal vez por este trauma infantil no entiendo la locura
esta del running y las maratones, que ahora cualquiera es un apasionado
de las carreras, aunque no hubiera hecho ninguna antes de cumplir los cuarenta.
Y lo primero que no entiendo es el nombre. ¿Por qué eso de running, y no
carreras como toda la vida, o incluso atletismo? ¿En qué se diferencia del jogging
que se puso de moda hace unos años y del que, si hablas ahora, todo el mundo se
carcajea?
Y ojo cuidado, que no es cualquier cosa. Es casi como una
religión entre equipamiento, circuitos, dieta y demás complementos. Ay del que
vaya a una carrera de estas con unas zapatillas inadecuadas o con una
vestimenta que no sea acorde. Haz zapatillas, ropa y hasta calcetines de running,
que juro que los vi anunciados el otro día por el Black Friday, otro
invento que no consigo entender.
Luego, claro está, hay maratones por cualquier cosa, que
los fines solidarios se apuntan a todo, como debe ser. Carrera de la mujer, de víctimas
de accidentes de tráfico, de malos tratos, de cáncer, enfermedades raras y de
un montón de causas más. Algo que me parece fenomenal, no vaya ser que alguien piense
que estoy en contra. Incluso, por determinados fines, he contribuido a la venta
de dorsales y, si toca, hasta sería capaz de ponerme chándal y zapatillas. Eso
sí, siempre que alguien me asesore convenientemente sobre cuáles son las
adecuadas para no hacer el ridículo y convertirme en el hazmerreír de toda la
comunidad runnera -o como se diga-, que eso sí que no.
En fin, que tendré de olvidarme de aquel dicho de que
correr es de cobardes e igual cualquier día empiezo a entrenar y me lanzo a la
carrera como si no hubiera un mañana.
En cualquier caso, trataré de tener a mi amiga Carolina cerca.
Quizás el destino quiso que la recuperara para esto. O no.
SUSANA GISBERT
(TWITTER @gisb_sus)
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