Francisco José Adán
Siempre me miraste con
alegría. No sé porqué, pero así lo hiciste. Yo a ti te miraba con orgullo, con
cariño, porque sé que me ibas a ser leal y fiel. De esos amigos que lo son con
mayúsculas, de los que escuchan tus problemas, sentado junto a ti, en las
escaleras de casa, mientras me aportabas alegría en mis momentos bajos.
Resultabas siempre una excusa
para una amena charla, o para un paseo matutino o nocturno. Contigo hablé de
desamores y de amores. Fuiste mi leal confidente de mis problemas, de mis
tribulaciones y aunque no decías nada, me lo decías todo.
Tenías el pelo canela y
liso; me aportaste alegría y optimismo y la seguridad de que siempre estarías
ahí, y siempre lo estuviste. Las decepciones que aportan las miserias humanas
de otros para ti eran meras palabras que no entendías porque no eran para ti.
Traición, decadencia,
deshonorabilidad, cobardía, vehemencia nunca fueron contigo, tuve que esperar
a que algún ser humano me las enseñara y pusieran delante de mí la manzana de
la tentación de caer en la misma hediondez en la que nadan algunos.
Tú eras bueno. Así.
Sencillamente. Tan difícil y tan fácil. Bueno. Noble. De joven, travieso,
como toca, pero noble.
Han pasado trece años desde
que torpemente cruzabas el salón de mi casa correteando y esos huesos y esa
energía se han apagado por siempre.
Estabas enfermo, te dolía
el moverte. Tenías los huesos débiles, destrozados, el corazón enfermo, y
pese a eso, siempre mostraste una entereza que ya la quisiera para mí en estos
momentos en los que lo que debería tener se me va y los que deberían estar no
están.
Yo te acompañé en tu último
paseo, cruzamos la calle que nace desde el edificio de la infamia y que finaliza
en el crujiente y vetusto puente donde la Parca espera con su fría mirada,
impasible. Porque sí. Porque también los perros han de pagar a Caronte. Y sí,
están los dos, Caronte y la Parca, porque no merecías menos recibimientos.
Mientras que algunos merecen vagar por la eternidad con vergüenza tú cruzaras
el lago y llegarás donde merecen estar los valientes y los nobles.
Da igual que hayas sido mi
perro, da igual que no seas humano. Eso, en los tiempos que corren, es una
ventaja.
Me has enseñado cualidades
o te las he enseñado yo a ti, no lo sé. Dicen que el perro se parece al amo,
pero no soy tan presuntuoso. Pongamos que, como en toda sincera y limpia
amistad, hemos aprendido uno del otro. Y como tal sólo perdurarás en la memoria
de quienes te conocieron, como ese recuerdo puro y limpio que sólo dejan
aquellos igual de puros y limpios.
Fuiste mi perro y fuiste un
amigo porque me fuiste leal y fiel; fuiste un compañero porque me apoyaste en
mis momentos duros; fuiste uno más de la familia porque conviviste con
nosotros. Hay perros que pueden ser amigos; hay amigos que no llegan a ser
perros.
Adiós para siempre Kimba.
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