Luis Suller. /EPDA Cuando paso por el lavadero de las Solanas,ahora solo se oye el murmullo del agua. Sin embargo, no puedo evitar pararme y recordar el jolgorio y vocerío que de nano yo conocí. Una de las tareas que tenía era ayudar a subir la ferrá de ropa al salir de escuela. Cuando asomaba por las escaleras ya sentía el bullicio del lavadero, entre risas y cantorias se iba la mugre por el aliviadero.
Nosotrxs en casa eramos 5 pero habían algunas mujeres asiduas en el lavadero que en sus casas eran 8 o 10 miembros la unidad familiar. No me quiero ni imaginar el volumen de ropa, sábanas y trapos que lavaban cada semana. A esto hay que sumarle las tareas de casa: camas, limpieza, compras, comidas y los cuidados y por si fuera poco aún tenían que ayudar en las tareas de la huerta como mi madre. Mientras contaban anécdotas o chismes hacían terapia de grupo, las penas compartidas eran menos penas.
Estas cuidadoras que ahora tienen de 80 años para arriba, conocieron la larga noche de las penurias y carencias, algunas eran enviadas a servir a Valencia en régimen de “semiesclavitud” con menos de 10 años, pues así había una boca menos que alimentar. Muchas, después emigraron en busca de un futuro más digno; Francia ,Alemania o Suiza eran los destinos habituales. Trabajando sin descanso para ahorrar unas “perricas” que les permitiera hacerse una casa o comprar algún pedazo de tierra con el cual progresar.
Volvían a su pueblo pues aún estando fuera, su mente y su corazón estaba en su tierra y con los suyos, que habían dejado atrás empujadas por la necesidad y las ganas de vivir. Llamar vida a las realidades a las que se enfrentaron es mucho decir. Sobre todo las de estas madres coraje que tuvieron la desgracia de nacer en casas humildes.
Después de darnos la vida nos han cuidado y nos han educado dándonos la oportunidad de tenerlo todo y ser lo que somos. Gracias a nuestros padres pero sobre todo a nuestras madres y, por qué no decirlo, a una sociedad que ya nos ofreció la posibilidad de estudiar becados pues sino hubiera sido así, muchxs tampoco hubiéramos podido hacerlo.
Ahora estas madres, con sus cuerpos agotados, ya necesitan de nuestros cuidados, trabajaron por encima de sus posibilidades. La artrosis y el reuma han escarchado sus huesos, debemos garantizar sus cuidados y acompañarlas en la vida que les quede pues ellas nos lo han dado todo a cambio de nada. Como sociedad debemos respetar y valorar el trabajo de estas gentes que han hecho que esta sociedad prosperara.
Tampoco debemos permitir que ahora los nietxs e hijxs de estas personas vayamos a vivir peor de lo que hemos vivido hasta ahora. La sociedad del bienestar se desmantela, por la avaricia de este sistema que en su huida a ninguna parte nos arrastra a la precariedad y a la miseria. Si no somos capaces de tejer esos lazos de solidaridad y bondad que existía en los años que se lavaba a mano hasta los pañales de trapo,si no hemos aprendido a valorar nada de lo que tenemos y no somos luchadorxs como lo han sido nuestrxs madres y padres puede que volvamos a la larga noche de las penurias.
A vosotras:Teresa La Cuetera, a la tía Palmira Guericabeitia,Carmen y Fina Las Cecilias a Maruja La Paloma... Gracias por tanto que nos habéis dado, un beso estéis donde estéis.
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