Vicente Montoro. /EPDA Las cervezas a veces dan demasiado de sí. Cuando crees que vas sólo a tomarte una, terminan siendo unas cuantas más. Y, cuando quieres darte cuenta, te has puesto al día en un rato de una tarde. Y la política siempre sobrevuela la conversación como si de un Ave Fénix se tratase. Y más cuando una pulsera te posiciona, automáticamente, dentro de una formación política con la que tu compañía de cervezas no está del todo de acuerdo. Y, cuando sale el tema, pretende que tú tampoco lo estés. Pretende convencerte de que estás equivocado. La conversación termina poniéndose incómoda cuando empieza a poner en duda la legitimidad de tus pensamientos y razonamientos. Porque claro, ¿ser gay y de derechas? ¿Y del PP? Me decía mi amiga que “si fuese por ellos yo no existiría”, como si ese argumento fuese a cambiar algo mi pensamiento y no hiciese más que evidenciar su intolerancia ideológica y que vive anclada en el pasado. Con el argumento que todos conocemos datado de 2005, empieza a rebatirte tu encasillamiento político como si su pensamiento fuese la verdad absoluta. Y, sinceramente, espero conocer algún día a quien la conozca, si es que es posible.
Porque claro, si pretenden colgarte, ilegalizarte como persona y quitarte todos esos derechos que ellos, y sólo ellos, han conseguido, ¿cómo puedes apoyarlos? Y, ahora, me gustaría a mí saber en qué argumentario político o programa electoral “ilegalizar la homosexualidad y sus prácticas” aparece como una medida. Existen realidades sociales que se asumen con normalidad cuando su aceptación es mayoritaria y esta lo es ampliamente. Pero no tratar a las personas LGTB como graneros de votos y tratarlos como igual, debe de dolerles. Me imagino que porque, según ellos, pretenden la igualdad real pero sus partidos no la defienden como tal. Prefieren separarlos. Dividirlos. Rentabilizarlos electoralmente. Eso no quita que debemos estar firmemente agradecidos a todos los activistas que lucharon por el reconocimiento durante años, por no decir décadas. Y mucho.
Se me olvidaba que a la hora de votar o pensar, sólo puedes pensar o como a ellos les gustaría que pensases o que sólo pienses que eres gay, lesbiana, transexual o bisexual. La educación de los más jóvenes o la gestión del dinero público debe darte igual. Querer más libertades y menos imposiciones debe pasar a un décimo noveno plano para centrarte en eso: que eres gay. Porque claro, ¡joder!, eres diferente pero igual a todos los gais. Pero ¿no eran ellos los que pretendían la igualdad y la tolerancia total? Cuando ven que su argumento languidece, entonces es cuando te tratan como privilegiado. Porque si votas a la derecha siendo gay, serás blanco, normativo y rico. Vives mientras te abanican y te secan las gotas de sudor mientras practicas deporte. Porque si no, su argumento decae estrepitosamente. Y eso es lo que pasa. Es obvio que pensaré que soy gay cuando pretenda depositar mi voto. Es obvio que no apoyaré a quien vaya contra mi persona. Pero no hay ningún partido político -dentro de los que tienen posibilidad de gobernar- que pretenda ilegalizarme por mi naturaleza sexual. Superada esa realidad social incontestable e incambiable, hablar de cosas tan importantes como la educación, la deuda que dejamos a los que vendrán, del gasto público, de la sanidad pública, de seguridad, de empleo, de calidad de vida, de servicios públicos, de inmigración o de cultura, entre otros, es primordial. Y ahí es donde se marca la diferencia. Y donde mi voto se decanta al azul. Porque no, el Partido Popular no pretende encerrar a nadie en ningún armario. Todo lo contrario: normalidad, tolerancia y libertad.
Cuando me afilié al Partido Popular en 2019 nadie, absolutamente nadie, me preguntó mi orientación sexual. Es más, cuando lo supieron porque es obvio que no me escondo, le dieron tanta importancia como al color de mis ojos: ninguna. Porque, ¿qué más da? Sigo siendo persona.
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