VICENT BENAVENT. /EPDA
Al parecer se ha abierto, por fin, el debate sobre un tema que durante muchos años ha sido tabú, como tantos, pero esta vez se le pone nombre y además enfrenta a dos mujeres, la Vicepresidenta Mónica Oltra y la Consellera de Justícia Gabriela Bravo y se llama, nada más ni nada menos que “prostitución”.
El PSOE adopta tesis “abolicionistas” mientras Compromís recurre a la “regularización” y yo me veo en medio de un encuentro que lleva años intentando salir a la luz y que, reconozco, no he podido posicionarme al cien por cien en ninguna de las dos partes. Eso no significa que ignore el tema o que no me importe, porque es más que interesante e incluso diría que imprescindible.
La postura de la Vicepresidenta me parece mucho más que sensata, diría que es la que debería prevalecer, estudiar, debatir y legislar por los mismos motivos que ahora expondré por no ver nada clara la postura abolicionista de la socialdemocracia.
Quiero manifestar, antes que nada, mi respeto más escrupuloso tanto a las mujeres como a los hombres que, desde la libertad, sin ningún tipo de coacción, deciden ejercer la prostitución como medio para ganarse la vida. No seré yo quien juzgue a nadie por cómo paga el alquiler, la luz, el agua, la ropa o la comida. Pero tampoco me voy a quedar callado ante un hecho evidente que merece, por lo menos, alguna reflexión al respecto por mi parte.
Los argumentos abolicionistas de la socialdemocracia me parecen, para empezar, de una demagogia total, de un absurdo tajante y de una falta de consideración a la sociedad en general, porque podría entender el supuesto interés, escondido en un falso feminismo si antes y como mínimo, cuestionaran el sistema en el que vivimos y que sigue considerando a la mujer como un mero objeto con el que satisfacer deseos carnales obviando todo lo demás. No se puede hablar de abolición de la prostitución sin antes apostar por un sistema social y político diferente donde el centro de todo sea el ser humano, el contemplar a las personas con toda la dignidad que merecen, sin apostar por nuevos modelos de relaciones económicas, culturales, donde el patriarcado, el machismo, el heterosexismo o la falocracia desaparezcan y para eso es necesaria una verdadera revolución violeta. La mujer, ahora mismo, sigue siendo la gran olvidada, la que “se merece lo que le pasa”, “la puta en la cama, la criada en la cocina y la beata en misa”, la que pare hijos del otro, la que tiene que satisfacer al “guerrero” cuando llega a casa después de su jornada laboral, después de pasar, eso sí, un tiempo con sus amigos para comentar con todo lujo de detalles, las felaciones obligadas que recibe cuando él lo ordena, entre otras cosas, y seguir alargando el escarnio secular a la mujer que debe ser sumisa ante sus órdenes porque por encima de todo y con total impunidad, su masculinidad jamás puede discutirse.
La abolición de la prostitución, a día de hoy, solo podría empezar a plantearse solamente luchando por cambiarlo absolutamente todo porque de lo contrario es más que imposible.
Hablar de “regularizar” la prostitución también implica una serie de cuestiones que hay que abordar de manera firme. Es la salida más cómoda o más fácil ante una realidad patente, dentro del mismo sistema que no se pretende transformar a corto o medio plazo y por tanto la única evasiva, más o menos digna, es seguir apedazando con políticas mediocres, cobardes y sin apenas juicios de valor, ante la figura de la mujer que ofrece su cuerpo por dinero. Como se podrá observar, el capital siempre es el gran protagonista del debate. En el sistema capitalista en el que vivimos, mientras la economía siga siendo o pretendan que sea, el motor de la historia, la regulación no dejará de ser más que otra manera de agregar al mecanismo de producción-consumo un hecho que, y ahí estoy de acuerdo, merece ser tratado con respeto pero para que necesita razones más que objetivas para que el debate sea serio y no un mero trámite burocrático que coloque en un escalafón diferente a unas o a otras según la posición que se tome.
Se podrá decir que no tomo una actitud clara en una u otra parte y es cierto, pero no porque no me tenga elementos de juicio sino porque al contemplar la realidad en la que se vive, apostar por la abolición, que sería lo más justo, es hoy por hoy una utopía que va cargada de expectativas frustrantes y no es algo plausible, pero quedarse con regular la prostitución es algo que duele, desde el profundo sentir feminista que siempre ha formado parte del bagaje político que llevo encima. Tampoco quisiera quedarme en la equidistancia, porque no tomar partido por algo tan serio, que afecta a la vida de tantas personas, sería un acto de cobardía y no sería algo que pudiera llevar sin sentir vergüenza, así que hoy la salida a todo esto es la espera. Una espera paciente pero angustiosa, hasta que no sean los partidos políticos quienes hablen sino que toda la sociedad, un pueblo de hombres y mujeres con conciencia, decida levantarse, derribar el muro que por ahora nos atenaza y construir una nueva sociedad de personas libres, donde nadie, ni mujeres ni hombres, tengan que ofrecer su cuerpo para satisfacer pasiones ajenas y donde por fin, la sexualidad deje de ser un tema oscuro, el placer deje de ser un pecado nefando y nadie tenga que ofrecerse a cambio de un trozo de duro pan.
El futuro, como siempre he dicho, solo se puede escribir contemplando un horizonte Rojo, Verde y sobretodo Violeta. O empezamos ya a hacer posible un amanecer nuevo o seguiremos siendo víctimas, reguladas o abolidas, de algo superior que jamás nos mirará con ojos claros si no que continuará con su marcha criminal donde no existe nada más que su sucio dinero, fruto de lo peor que nace del interior del ser humano y sin posibilidad de crecer, como los árboles, estirando los brazos hacia un cielo azul o un mar enorme donde nos podamos reconocer no como “cosas” si no como hermanas, hermanos, hermanes, en una Matria inclusiva donde no quepan violadores de cuerpos y conciencias, donde se pueda vivir y no sobrevivir y todo lo que poseemos contribuya a que todas y todos y todes nos levantemos cada día con una gran sonrisa, repartiendo aquella “felicidad de todos los días” que merecemos. Mientras, seguiremos luchando, con la palabra sí, pero luchando. De lo contrario el fracaso será monumental, para risa de aquel vulgo que sigue pensando que existen “objetos” que solo aprovechan para servir a sus amos y proporcionarles placer sin tener en cuenta absolutamente nada. La miseria humana. La puta miseria.
Vicent Benavent.
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