José Rafael Ponce IranzoEl tiempo parece que cada vez pasa más rápido, las hojas del calendario y las estaciones caen cada vez antes. Nos dejan poco tiempo para mirar por el retrovisor para saber de dónde venimos. Vivimos asomados a una pantalla viendo innumerables cambios por todo el mundo a causa de la COVID19, el calentamiento global, la pobreza… Tenemos una sociedad cada vez más desgajada de la colectividad, cada uno quiere ser diferente al resto, atomizando gustos y hábitos para adaptar el mundo, y todo lo que nos rodea, a nuestras apetencias. Este desapego deja en peligro muchas de nuestras tradiciones y costumbres, sustituyéndolas por el encefalograma plano que nos aporta la globalización.
Llegados a este punto tenemos dos opciones, como pensarían los cinéfilos en Matrix si tomar la pastilla azul o la pastilla roja y haciendo la misma analogía, podemos adoptar un rol de actor o de espectador.
Pensamos que cada uno de nosotros somos un grano de arena en el desierto o una gota de agua en el océano, mejor gota de agua que lágrima. Así que, amiga y amigo lector da igual si vives en un pueblo pequeño o en una ciudad. Todos y todas formamos parte de un engranaje dentro de nuestra realidad, por pequeña que sea, de nosotros depende mantener vivas nuestras tradiciones, cultura e idiosincrasia más intrínseca que configura nuestra identidad y carácter.
Si nos quedamos estáticos como meros espectadores todo esto se diluye y se van perdiendo nuestros valores intangibles por el sumidero que nos conduce a la homogeneización globalizadora, desperdiciando, también, los valores tangibles de los cuales nadie reparará porque su valor identitario ya se habrá perdido.
O bien podemos ser actores de nuestro entorno formando parte de las múltiples entidades y asociaciones que representan nuestra identidad, como son: culturales, deportivas, festivas, religiosas, cívicas, gastronómicas, artísticas, etc. Todas ellas mantienen viva el alma de los pueblos y la herencia de nuestros antepasados. ¿Por qué todo esto es importante? Porque el patrimonio local es la muestra primigenia que refleja nuestro ser, dándole la importancia que todo ello supone… son nuestras raíces. Éstas crean un vínculo y orgullo de pertenencia haciendo que nuestro origen sea el traje a medida de nuestra identidad, donde nos sentimos cómodos, es nuestro hogar. Que el hecho de emigrar sea doloroso y no un alivio, que volver sea renacer. Nuestro patrimonio, su conservación y recuperación, son pieza clave en la lucha contra la despoblación. Si somos actores mantendremos con vida nuestros pueblos y su legado cultural, tradicional o festivo.
La obra de teatro como la vida continuará, pero si somos espectadores será la que quieran representar, por eso si somos actores de nuestra tragicomedia, particular y colectiva, al bajar el telón de nuestra existencia esbozaremos una sonrisa del deber cumplido y nuestra alma quedará impregnada en ese legado que dejaremos a la siguiente generación.
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