Susana Gisbert Hace
unos días nos llegaba la noticia de la muerte de Rafaella Carrá,
sumiéndonos en una consternación difícil de explicar. O no.
Rafaella
era de esas personas que parecía que nunca iban a desaparecer. Llenó
horas y horas de una televisión donde poco había que elegir, con su
incombustible melena rubia y su inexplicable acento italiano, que no
mejoraba a pesar de pasar décadas en nuestro país. Pero eso, que en
otro caso hubiera impedido su acceso a los medios de comunicación,
fue parte de su encanto.
Las
canciones de Rafaella siempre me gustaron. Sin ser, desde luego,
obras maestras, daban siempre en la diana. Da igual los años que
pasaran desde que la canción voló por vez primera, porque en cuanto
sonaban acordes de cualquier tema de Rafaella en una verbena de las
de antes, la gente enloquecía. ¿Quién no ha tratado de imitar su
inimitable golpe de melena al ritmo de “Explota, explota mi
corazón”? ¿Quién no ha berreado, dándolo todo, el “qué
dolor” de encontrar una mujer en el armario, o lo fantástico de
una fiesta con amigos y sin él? ¿Y quien no ha repetido, a voz en
grito, que para hacer bien el amor hay que venir al Sur?
No
obstante, he de confesar mi torpeza. Su alegría contagiosa y su
look,
de larguísimas piernas enfundadas en un lurex
imposible salpicado de brilli
brilli debieron ser
el árbol que no dejaba ver el bosque. Y, aunque lo del armario y la
fiesta me llevaba a pensar en mujeres que no necesitaban de hombres
para pasarlo bien, jamás hubiera imaginado que escuchábamos,
bailábamos y cantábamos un temazo dedicado nada más y nada menos
que a la masturbación. Y sí, podría excusarme diciendo que, dada
mi edad cuando estrenó “Cinque tre”, todavía no sabía de la
misa la media, pero no vale. La he oído mil veces más después sin
sospecharlo siquiera.
Sinceramente,
cuando leí que Roma dedicaba tres días de luto a Rafaella me chocó.
Pero más tarde, tras percatarme que consiguió, en una época
difícil y bajo un estilismo peculiar, colar soplos de libertad que
se extendían por verbenas y celebraciones en todas partes, lo
celebré. Muy merecido.
Rafaella
era mucho más que una voz al otro lado de la pantalla. Era un
espíritu libre que supo mejorar la vida de muchas personas. Y que la
sigue mejorando cada vez que suenan sus temas.
Su
marcha deja al mundo huérfano de muchas cosas. Pero, en estos
tiempos, no hay mejor homenaje que mantener vivas sus canciones pero,
sobre todo, su espíritu. Hasta siempre, Rafaella.
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