Carmina Llopis. EPDA.La fatiga pandémica ya es una realidad. Estudios y encuestas recientes señalan que los adolescentes y jóvenes son el sector de población que más lo padece, después de sanitarios y ancianos.
De los pacientes de entre 12 y 20 años que acuden a la consulta, la tasa de incidencia con diagnóstico de depresión es aproximadamente del 27%. Si hablamos de sintomatología depresiva, como sentimientos de culpa, apatía, desánimo,aislamiento, baja motivación, preocupaciones persistentes…, las cifras aumentan a un 50%. Eso solo teniendo en cuento a los que piden ayuda, que no son, desde luego, la totalidad de quienes sufren.
Estos problemas de ansiedad y depresión tienen una relación muy estrecha con los trastornos de sueño. A los adolescentes, su sistema les empuja a acostarse tarde y levantarse tarde, es lo que se llama síndrome de retraso de fases y es lo que les provoca ir con sueño a colegios e institutos.
Con la pandemia la situación se agrava porque a menudo, los días que no tienen que ir a clase, pueden levantarse más tarde. Pero no es lo mismo dormir seis o siete horas sincronizado con los ritmos de luz y oscuridad, que las mismas horas sin esa sincronización. Ese cambio de horarios por sí solo ya puede suponer un aumento de la incidencia de cuadros de ansiedad o depresión, además de irritabilidad y cuadros anímicos.
La dificultad para iniciar relaciones con otros, y las nuevas modalidades académicas hacen que el autodescubrimiento y el crecimiento personal se vean más limitados. A todo eso hay que añadirle la presión de una convivencia más estrecha, lo que implica más control y menor sensación de libertad, una de las peticiones y exigencias más habituales de los adolescentes.
Además se han visto obligados a sociabilizar a través de pantallas y dispositivos electrónicos, que potencian la adicción y la falta de sueño. Estos comportamientos se han extendido más allá del confinamiento, por lo que van a tardar en ser corregidos. Añado que algo más en contra del uso de los dispositivos es que implica un mayor aislamiento, así como más inactividad y falta de motivación.
Si se identifica a tiempo una sintomatología de desánimo y falta de interés por multitud de aspectos de sus vidas, puede prevenir lo que sería ya un cuadro de depresión más severa del que se tarda más tiempo en remontar.
Muchos que se adaptaron bien al principio van notando el desánimo tras tantos meses. A lo que se llama fatiga pandémica se le pueden haber añadido problemas económicos por la pérdida de trabajo de los padres, y eso el adolescente lo sufre, incluso más en las fases actuales que en las iniciales. A ello contribuye también no ver el fin. La sensación de incertidumbre genera mucha indefensión. Sienten que se están perdiendo muchas cosas, y eso les genera frustración y desánimo.
Se recomienda mantener unos hábitos más o menos rutinarios, hacer una actividad física y obligarles a mantener dieta informativa.
Intentemos que haya todos los días un momento reservado a preguntarles cómo les ha ido el día. Es posible que no quieran contar muchas cosas, pero deben saber que tienen ese canal de comunicación y de escucha con sus padres.
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