David García, alcalde de Nules y presidente de Unión Municipalista./EPDAEspaña vive un auténtico caos
ferroviario. Retrasos, averías, transbordos improvisados, falta de información
y estaciones colapsadas componen un escenario que no puede ser descrito como
una simple “incidencia puntual”, sino como una crisis estructural. Los
valencianos lo sufrimos a diario: trenes que no salen, que llegan tarde o que
directamente se cancelan sin explicación. Y a todo eso, ahora se suma el
absurdo tránsito entre Atocha y Chamartín, convertido en un vía crucis para los
que viajamos.
Durante décadas, los viajeros del Levante
llegábamos a Madrid por Atocha, una estación céntrica, bien conectada, con
servicios. Hoy, tras una decisión difícil de entender y peor de explicar, buena
parte de los trenes desde Valencia, Alicante y Castellón terminan su trayecto
en Chamartín, al norte de la ciudad, aún en obras, en pleno caos logístico y
sin que nadie haya pensado en la experiencia del usuario. Ni un acceso cómodo,
ni un entorno urbano que facilite la movilidad, ni servicios adecuados. Solo
más molestias.
Lo más grave es que nadie asume
responsabilidades. Se habla de "transición", de "mejoras a
futuro", de "ajustes técnicos", pero la realidad para miles de
usuarios es concreta y diaria: perder tiempo, llegar tarde, pagar más y viajar
peor. La ciudadanía valenciana —y especialmente quienes viajan por trabajo o
motivos familiares entre la Comunitat Valenciana y Madrid— está pagando el
precio de una planificación deficiente y una ejecución caótica. Por no hablar
de los problemas en los cercanías que ya venimos arrastrando desde hace años.
¿Quién defiende el derecho de los
valencianos y las valencianas a tener una conexión ferroviaria digna con la
capital del Estado? ¿Quién responde por los retrasos, las obras sin fin y las
decisiones tomadas sin pensar en las personas? La alta velocidad no puede ser
solo una cuestión de infraestructuras, sino de servicio público. Y ese servicio
está hoy muy lejos de ser aceptable.
España necesita una política
ferroviaria que piense en los ciudadanos y no solo en los planos de ingeniería.
Porque mientras los trenes no lleguen y las estaciones no estén acabadas, la
modernidad de la que tanto se habla será solo una promesa incumplida.
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