Vicente Cornelles. /EPDAAlgo grande e inmenso diferencia a Som Castelló y a sus militantes del resto de partidos políticos: el amor a la ciudad de Castellón sobre todas las cosas. Es la nueva fe de los castellonenses sinceros, valientes y de buen corazón (la buena gente), un credo sublime que va creciendo exponencialmente al albur de la atávica discriminación, marginación y olvido que ha sufrido la ciudad turquesa y naranja a lo largo de tantos años.
Un amor similar al que pregona San Pablo en su I Carta a los Corintios. Amar a Castellón es ser paciente, servicial, no ser envidioso, no hacer alarde, no envanecerse, no actuar con bajeza, no buscar su propio interés (como hacen otras formaciones políticas), no se irrita, no tiene en cuenta el mal ajeno, todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo soporta, no se alegra de la injusticia sino se regocija con la verdad.
El amor a Castellón no pasará jamás. Es amar a Castellón sin fractura social, ni sectaria. Un amor que es el motor del cambio en un proyecto posible e ilusionante. Para visibilizar a una urbe tantas veces escondida y apagada por falta de amor. Som Castelló es la luz entre las sombras. El rayo que no cesa de paz y bien. El coraje, la lealtad, el honor, la fidelidad, el privilegio, la bondad, la excelencia, la virtud, el compromiso, la tolerancia, la libertad… todo ello es amar a Castellón sobre todas las cosas.
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