José Aparicio Pérez. /EPDA Juan Fuster, el falangista juvenil metamorfoseado en ultraizquierdista por la ultraizquierda golpista y separatista valenciana, servil de la catalana, será glorificada el año próximo en procesión constante por el flamante PaÍs Valenciá, sucursal del Paisos Catalans.
Este año se cumplen 30 de la muerte del hombre que durante los 30 anteriores fue el más polémico de todos los habitantes del Reino y, lo hizo, envuelto paradójicamente, en la polémica, el alboroto y el escándalo, tal como vivió. Pero el último acto del gran drama que fue toda su vida se convirtió en un escándalo de grandes dimensiones, algo que intuía y trató de evitar a toda costa, dando instrucciones concretas y precisas. No lo respetaron ni muerto. Triste fin para un hombre que deseó, por lo menos, morir en paz.
El pueblo valenciano permaneció serio, callado, respetuoso con la muerte -sagrada para todos- de quien fue odiado por los demás, despreciado por muchos, ignorado por el resto.
Mas su mensaje encontró terreno abonado, calando hondo en una pequeña minoría que deseaba oír aquello, y la pequeña aunque combativa masa de intelectuales, políticos y artistas , desbordando su obra y su pensamiento, convirtieron al autor en guía espiritual, símbolo nacionalista, padre de la patria, depósito de sabiduría, alma de la literatura, dechado de virtudes, mesías y redentor de un pueblo, transformando al hombre en monstruo.
En los últimos años sus viejas raíces y su fina inteligencia, permitieron a Fuster darse cuenta de la metamorfosis e intentó con el silencio y el retiro, recuperar su condición y, poco a poco, fue arrancando su y eliminando los atributos que ocultaban su verdadera naturaleza. "Mi obra fue un simple ensayo", "algunos han tomado mi obra como una especie de catecismo de la doctrina cristiana", son frases suyas que ponen de manifiesto sus desesperados e inútiles intentos por desprenderse de tan pesados y horribles ropajes.
No lo consiguió, la muerte acudió en ayuda de los forjadores del monstruo, que la han aprovechado para aumentarlo y engrandecerlo, rellenándolo con tópicos y absurdos, odio y malevolencia, el autoodio que practican y que imputan a los adversarios.
Sin duda que Fuster, en el lugar donde se encuentre, contemplará entre divertido y horrorizado la escena, exclamando con su natural ironía y sarcasmo. "l´han cagat, l´han cagat".
Fuster fue un hombre preso por las circunstancias en que vivió y zarandeado por las que creó con su obra, pensando con ésta superar aquellas. Nunca pudo intuir que simples ensayos, especialmente uno de ellos, produjeran efectos tan continuados, persistentes y decisivos.
Ensayista brillante escribió sobre Historia sin ser historiador, sobre Lengua sin ser lingüista o filólogo, sobre Sociología sin ser sociólogo, sobre Economía sin ser economista. No acertó en nada porque juego de azar es el ensayo, aunque quizá tampoco lo pretendió ya que lo único que deseaba como escritor era escribir, y bien, y esto lo consiguió al máximo , suficiente recompensa para tan loable esfuerzo.
Frente a una burguesía despreocupada, dormitando a la sombre de su bienestar, desdeñosa y un tanto frívola, Fuster adoptó una actitud crítica en un principio, caústica posterior, destructiva más tarde, confundiendo a la parte con el todo, olvidando o desconociendo que aquella era una pequeña porción intermedia de la gran pirámide cuya amplia y sólida base la constituían las clases populares, auténticos artífices de la Historia, de la Lengua y de la Cultura del pueblo valenciano. "El principal enemigo de Joan Fuster puede ser una vendedora de pipas del Barrio del Carmen", escribió hace unos años, con gran clarividencia, un confeso fusteriano.
Y se desató la guerra, entre un pueblo en lucha por la defensa de su esencia y existencia, y la de los forjadores del monstruo que, desbordando su pensamiento puramente especulativo, quisieron construir un país y "uns països", para él mismo tan irreales y absurdos como su propia creación. Guerra desarrollada ante la mirada atónita de Fuster que nunca llegó a comprender ni su génesis ni sus motivaciones y, especialmente, bajo la mirada indiferente y displicente de la propia burguesía, que se inhibió del drama, convirtiéndolo, con su actitud, en desgarrada tragedia para Fuster.
Su muerte resolvió el problema, porque, como se ha dicho, quizá ha sido "una muerte póstuma" y sin duda dio alas y argumentos para seguir hinchando el monstruo, verdadero dragón de cien cabezas que impidió la recuperación de la paz social y de la vertebración étnica y cultural de todo un pueblo que a lo único que aspira es a vivir en paz y libertad.
En uso legítimo de su libertad de pensamiento Joan Fuster escribió sus ensayos, núcleo fundamental de su obra, toda la sociedad libre y noble debe respetar autor e ideas, el tiempo y la razón acabarán con los monstruos. Descanse en paz.
JOSE APARICIO PEREZ
SECRETARIO DE LA REAL ACADEMIA DE CULTURA VALENCIANA
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