Susana Gisbert. EPDASi alguien me hubiera dicho hace unos años que empezaríamos el año llamando a la prudencia, hubiera pensado que era un sieso insoportable. O una siesa, que de todo hay. La llegada del nuevo año siempre fue motivo para estallar de alegría y comenzar a hacer propósitos, individuales y colectivos, de lo más ambiciosos, pero ahora casi nos conformamos con ese “Virgencita, que me quede como estoy” que ha dejado de ser un chiste para convertirse en auténtico deseo.
Tal vez sea que me hago mayor. Y que, además, ya cumplí hace tiempo el propósito de dejar de fumar, y también el de apuntarme no al gimnasio, sino al ballet que tanto me apasiona. Incluso he superado con premio el de perder algún que otro kilo de más, que entre confinamientos y restricciones la báscula acababa acusándolo.
Pero temo que no es solo eso. Nos ha tocado vivir unos tiempos tan extraños, con una pandemia de por medio, que ya dudamos de todo. Y lo primero, de este 2021 que se ha ido, que llegó cuajado de esperanza y se marchó con más contagios, la erupción de un volcán, desastres climatológicos varios y hasta el asalto al Congreso de los Estados Unidos. Hay que reconocerles a los guionistas que se lo curraron a pulso.
Así que utilicemos la psicología inversa, o como quiera que se llame esto. No subamos las expectativas y pidámosle al año que mejore a los dos anteriores, ya que se lo han puesto francamente fácil. Utilicemos esa prudencia de que nos hablan los políticos día sí día también para pedirle al nuevo año que sea no mejor ni extraordinario, sino normalito. Tan normalito como los que vivíamos hasta que un maldito virus trastocó nuestra existencia.
No seré tan ingenua como fuimos en los peores tiempos del confinamiento, pensando que saldríamos mejores. Esta claro que de eso nada y que el sálvese quien pueda sigue siendo un himno, antes y después de la pandemia. Pero no está de más pararse a reflexionar sobre esas cosas que siempre pensamos que nos venían dadas y que tanto hemos echado de menos. Y sí, me refiero a los besos y los abrazos, pero también a cosas tan simples como una verbena de pueblo o un cine a rebosar. Como salir a la calle viéndole la cara la gente o no tener las manos en carne viva de tanto frotar con gel hidroalcohólico.
Bienvenido, 2022. Ya sabes que, a poco que te esfuerces, mejorarás a tu antecesor.
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