Antonio Asunción junto a Ciprià Ciscar. FOTO EPDA
José SAlvador Murgui.Dos días estoy pensando en la muerte de este buen hombre. Dos días
reflexionando en la contrariedad que es vivir para llegar a la hora
cumbre en la que todos tenemos que morir, y fruto de esa reflexión nacen
muchas preguntas, muchos temores, muchas contraindicaciones.
Desde ayer todos los medios nos han bombardeado periodísticamente
hablando, sobre la trayectoria política de éste hombre que llegó a ser
ministro, sus múltiples virtudes en los diferentes e importantes cargos
que desempeñó tanto a nivel de Comunidad Valenciana como a nivel
nacional, y sobre todo siempre se ha loado si impecable dimisión para
asumir “sus responsabilidades políticas” el 30 de abril de 1994.
Y mi reflexión empieza aquí… dimite un ministro, acaba una
legislatura, termina una época política, y se convierte en un ciudadano
más. Un vecino de su pueblo, de su ciudad, de su tierra… Y desde
arriba, desde lo más alto, se queda a ras del suelo con las
indiferencias que supone bajar de ese elevado peldaño.
Sin pensarlo, como dicen los medios, “después de una grave
enfermedad, muere Antonio Asunción”, yo pienso que Antonio Asunción
además de la enfermedad física, sufrió más temores, más enfermedades,
más indiferencias, tanto de los suyos, como de los otros. Y seguramente
la enfermedad más angustiosa que sufriría sería la de soportar la
soledad y el silencio, que marcan la prudencia de atender los muchos
cargos que ha desempeñado en muchos momentos de su vida.
En ocasiones los hombres y las mujeres, por nuestra forma de ser,
emitimos juicios duros, que nos llevan a aplicar severos castigos de
indiferencia a quien tiene la facilidad de juzgarnos. Muchas veces
hacemos caer al otro en manos de la indiferencia, lo hacemos
protagonista de nuestras ambiciones, y así, lo convertimos en héroe y
víctima al ejercer sobre el tan sumarísimo escrutinio que en ocasiones
es difícil de superar.
Todas esas miserias y debilidades humanas, que por la condición
natural de la persona – sin darnos cuenta- y que las llevamos a cabo por
inercia, nos dejan al descubierto que llega un momento en ésta vida en
el que todos somos iguales. Ese momento es el de nuestra muerte. Es el
momento, el día de las alabanzas, el día de sepultar secretos, el día de
dejar la historia en manos del más allá.
Ese día todos somos amigos del finado, ese día la boca se nos
deshace en elogios, ese día triste, hasta las lágrimas surcan las más
duras mejillas.
Ese día, para mí, es el día de la vergüenza, el día de pensar en
cuantos momentos yo como persona no he sido fiel en la vida a esa
persona que nos deja. Ese día es el que marca el ver unas manos vacías
que se van al otro mundo, y unas manos llenas que nos dejan el legado de
las buenas obras.
Antonio Asunción, hoy eterno amigo de todos, hoy desde allá donde te
encuentres, habrás reconocido a tantos y tantos amigos que han llorado
tu muerte, que lo han sentido de corazón, y hoy estarás riéndote al ver
tantas y tantas reacciones ante el dolor de tu muerte, hoy estarás
pensando que te faltó tiempo en vida para abrazar a todos aquellos que
te lloran.
Pero hoy tú y solo tú sabrás los que jamás te fallaron, tú y solo tú,
sabrás quien en vida estuvo a tu lado, quien no te censuró, quien te
comprendió, quien te enseñó y corrigió, y sobre todo quien te prestó su
hombro para en tus amargos silencios reposar tu pensativa cabeza, y
derramar esas lágrimas prestadas.
Antonio Asunción gracias por las lecciones que de ti aprendimos,
gracias por haber dejado una buena estela en los cargos que ocupaste,
gracias por ser como eras porque indiscutiblemente cada persona es única
e irrepetible.
Perdona a los que te ofendieron, perdona a los que te juzgaron sin
piedad, y sobre todo, olvídate de aquellos que te pagaron con el olvido y
la indiferencia. Dice el refrán que “a la larga, cada uno queda como es” escribo
por ti, y escribo por todos esos hombres que han hecho de la política
una vocación HONRADA de servicio, y escribo porque en momentos difíciles
donde la agresividad y el resentimiento se palpan con fuerza, vean los
hombres y mujeres de éste siglo XXI, el ejemplo que dieron hombres y
mujeres como tú, que en el sigo XX han sufrido la peor enfermedad que
es el ignorar ese legado de paz, donde se antepone lo público a lo
personal.
Y acabo con unas palabras de una canción de cuando éramos más
jóvenes: “y allá en el otro mundo, si en vez de infierno encuentras
gloria, que una nube de tu memoria, te borre todo lo malo que los
humanos te hicieron pasar…”
Descansa en paz buen hombre, buen político, y buena persona. Hoy es el día de las alabanzas.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia