Medina vuelve a Sabaneta siempre que puede. EPDAResulta grato comprobar cómo hay colectivos que van reforzando esa función corporativa desde sus cimientos, y nunca mejor dicho. Nos referimos, en este caso, a una profesión que voy conociendo al detalle cada día que pasa. Se trata del ‘insigne cuerpo’, como se diría en otros tiempos, de ingenieros de Caminos, Canales y Puertos.
Una profesión con un halo romántico y estético, que no solo dichos adjetivos corresponden a los arquitectos, pero que, además, en el caso de los ingenieros de Caminos guarda, en muchas ocasiones, un componente épico y esto sí que es patrimonio de ellos solos.
Y se agradece que desde organizaciones como el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, en su Demarcación de la Comunidad Valenciana se esfuercen en impulsar comisiones técnicas y otras no tanto, como son las de Jóvenes o Jubilados, que sirven para atraer, reforzar y también reconocer y recordar el talento.
De ahí que, días atrás, desde la Comisión de Jubilados se propusiera una jornada para que uno de los compañeros, Antonio Medina, parte activa de esta comisión, preparara una charla sobre sus propias ‘Vivencias en la Presa de Sabaneta, República Dominicana, año 1977’. Una charla necesaria.
Antonio Medina expuso sus avatares, desde que le propusieron ser Jefe de Obra en una gran presa al otro lado del Atlántico y salir del poblado obrero del Túnel del Talave (Trasvase Tajo-Segura) en la serranía de Albacete para recalar en otro poblado. Uno que estaba perdido en la selva caribeña de la República Dominicana.
Antonio Medina, a finales de los 70 era un ingeniero de Caminos joven con un gran primer encargo como Jefe de Obra en la ejecución de un túnel hidráulico para el trasvase Tajo Segura, que, en aquel tiempo fue el más largo de Europa con 33 km. Y finalizando dicho trabajo, recibió el encargo de saltar el ‘charco’ para hacerse cargo de la construcción de una presa, por parte de la empresa a la que perteneció durante toda su vida profesional: OCISA, la misma que adquiriría con el paso de los años un tal Florentino Pérez por un simbólico euro y que pasaría a denominarse ACS y posteriormente, DRAGADOS.
Pues bien, este joven ingeniero de Caminos se puso manos a la obra y lo primero que hizo fue adelantar la fecha de su boda y hacer las maletas con su mujer.
Antonio Medina también se llevó a una treintena de obreros españoles, con los que había trabajado en la sierra de Albacete, con sus respectivas familias; muchos de los cuales ni habían subido a un avión, ni incluso habían visto el mar, ni habían conocido a nadie de color.
Otra cultura, otra gastronomía, con muchas más carencias de las esperadas: médicos pocos y generalistas, escuelas sin recursos, nativos sin formación que tenían que convertirse en los peones de la gran obra que requirió hasta 800 personas a cargo de Antonio.
Con respecto a la obra, el tener que montar talleres e instalaciones para todo, pedir los repuestos por barco a otros países, retirarlos en las aduanas y una amplia plantilla sin cualificación daban muestra de la complejidad de dicha empresa.
Otra cuestión peculiar, relata Antonio Medina: ‘fue la relación con las fuerzas vivas del entorno, entre militares, ministros y alcaldes, además de los continuos cambios de gobierno en unas pintorescas elecciones, al tratarse de una población, mayoritariamente, analfabeta, que elegía a sus candidatos a través de colores que cada uno de ellos tenía asignados’.
Las vicisitudes de suministro de una fábrica de cemento que abastecía a todo el país. La resolución de la primera huelga en este pequeño país caribeño, liderado en aquel tiempo por el Presidente Trujillo, y que concentró a centenares de obreros ocupando las instalaciones de la Presa.
El choque de culturas entre dominicanos y españoles, las prácticas de vudú o la lentitud de la administración local. El hacinamiento acostumbrado en los transportes (moto-conchos y guaguas) o el uso de avionetas como transporte ideal para llegar a la capital, también serían motivo de comentario por parte de Antonio.
En aquel tiempo el intercambio cultural también fue enriquecedor, puesto que muchos de los compañeros desplazados y el propio Antonio, a través, también, de una segunda generación de valencianos que recalaron previamente en este país caribeño para enseñar el cultivo del arroz y una azafata amiga de IBERIA que les abastecía de piezas de ninots de falla, permitieron que lo mejor de las fallas, es decir, pasacalles, banda de música e indumentaria valenciana cruzaran el charco para perplejidad de aquella población perdida en la selva caribeña.
Él invirtió cinco largos años de su vida en aquella presa, que se finalizó con solvencia. Una presa de 80 metros de altura y que llegó a soportar un huracán y una subida del caudal en tiempo récord por las incesantes lluvias que, según narraba Antonio: ‘se quedó a cuatro escasos metros de ser rebasada, con el desastre que para la población hubiera supuesto’.
Escuchando a Antonio nos hicimos una idea de cómo funcionaba un ingeniero de Caminos en aquellas latitudes y en aquella época (años 70), donde todo estaba por hacer y resolver.
Medina partió a República Dominicana recién casado y tras encadenar otros trabajos en Centro América, regresó con tres hijos ‘dominicanos’ con triple pasaporte, como dice él.
Antonio Medina vuelve cada cuatro o cinco años y comprueba con satisfacción como su presa sigue funcionando y generando electricidad a una población cada vez mayor, al tiempo que reconoce que: ‘en cada obra vas dejando un poco de ti, pero ganando mucho más en las experiencias que te depara el camino’.
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