El otro día, un apagón sumió a la ciudad en un silencio inusual. Las pantallas, eternas compañeras del presente, se apagaron sin previo aviso. De pronto, miles de personas parecían no saber qué hacer con sus manos, con su tiempo, con ese vacío inesperado. La desconexión fue, para muchos, sinónimo de caos, aburrimiento o incluso ansiedad.
Pero no para todos.
Mientras las calles se llenaban de miradas perdidas buscando señal en el aire o hacían cola para comprar víveres en los pocos comercios abiertos en Valencia, y menos mal que el Cap i Casal celebraba el día de Sant Vicent Ferrer, nuestro Patrón, yo abría las puertas de mi biblioteca y me sumergía en otro mundo. Rodeado de estanterías repletas de libros, con historias que no dependen de baterías ni de enchufes, me sentí eternamente afortunado. En mi rincón de papel y tinta impresa, el apagón no existía.
Los que poseemos una biblioteca en casa tenemos un refugio contra la modernidad fugaz. Donde otros ven desconexión, nosotros encontramos vida. La lectura no se detiene porque la luz se va; al contrario, florece en la calma que el silencio tecnológico deja tras de sí. Un libro no necesita actualización, no falla el sistema, no te lanza notificaciones. Solo pide tu atención y te recompensa con sabiduría y mil aventuras.
El apagón no fue una tragedia, fue una prueba. Y en esa prueba, los lectores salimos fortalecidos. Porque tener una biblioteca en casa no es solo una acumulación de libros enfermiza: es tener a mano miles de voces, saberes, relatos y emociones. Es una compañía que no falla.
Así que sí, mientras muchos sufrían por no poder mirar una pantalla, yo viajaba a la Alameda de Valencia en pleno siglo XIX, me emocionaba con los poemas de Teodoro Llorente, y reía con las obras de Escalante. Y en ese momento, supe con certeza: hay pocas suertes mayores que la de poseer una biblioteca.
Por "desgracia", a las pocas horas volvió la luz, mi móvil se llenó de notificaciones y tuve que volver muy a mi pesar al trabajo. Me volví otra vez esclavo de una maldita pantalla que emite luz azul y que me aleja de mí verdadera pasión: los libros.
El apagón fue un pequeño oasis, en los que pensamos que los tiempos pasados fueron mejores.
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