Manuel Martínez. / EPDA En las guerras es más
interesante dejar malheridos que matar, el efecto de la bala afecta al blanco y
a los que acuden en su auxilio. Pues bien, con esta pandemia nos está pasando
algo parecido, de alguna manera aunque la bala no nos dé directamente a todos,
su efecto sí que lo está haciendo. Bien a nivel personal, sanitario, económico,
moral... estamos viendo cómo nuestro sistema se resiente y, aunque sabemos que
esta guerra la vamos a ganar, sólo pensamos en el resultado de la misma sin
reflexionar sobre las causas o motivos.
Un virus aparece en un
país, al principio no le damos mucha importancia y gracias a ello pronto se
cuela en nuestras casas hasta el punto que tenemos que cerrarlas. Aquellos que
nos creíamos los amos del mundo pronto nos vemos superados por un bicho
insignificante. Además, se da la paradoja que tenemos que pedir auxilio a ese
país foco de la pandemia ya que, aunque hemos criticado por activa y por pasiva
sus métodos, le hemos confiado nuestro sistema de producción hasta el punto que
en cierta forma nos hemos hecho dependientes.
Una vez pasa el primer
golpe, la salud poco a poco sale del primer plano y nos preocupa la economía
por lo que empezamos a relajar las medidas hasta que llega el segundo golpe y,
cosas de la vida, ese país del que surgió el virus parece haberse preparado y
prácticamente parece ser que no le afecta. Sin embargo, nosotros seguimos
contando infectados y muertos.
Ahora ya hay vacuna
pero la euforia no nos debe llevar a olvido, si no aprendemos de lo que ha
sucedido y que en gran medida sigue sucediendo, en unos años volveremos a ver
el mundo desde las pantallas y los balcones, aquellos que no aprenden de su
historia están condenados a repetirla.
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