Manuel J. Ibáñez Ferriol Seguramente que mas de uno ha escuchado la frase: Domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos. Más de uno empujado por esta tradición ancestral, y familiar, habrá estrenado por lo menos la ropa interior. Está considerado, el día más alegre de la Semana Santa, donde litúrgicamente se conmemora la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, a lomos de un burro. Por otro lado coinciden la Semana Santa, con el final del invierno, y el principio de la primavera, lo cual ha dado lugar a que por toda España sea tradición las procesiones que celebran este día, desde hace cientos de años. Este domingo marca el fin de la Cuaresma, una etapa de ayuno y abstinencia que comenzó el Miércoles de Ceniza, dando inicio, a su vez, a La Pascua, la Semana Santa.
El refrán, tan popular, que se ha mantenido hasta nuestros días, trae su significado de se decía que quien no tenía manos, no tenía trabajo, o no sabía coser, y por tanto era considerado tan pobre que no podía estrenar. No hay una fecha fija para celebrar el Domingo de Ramos, dependerá cada año, del calendario de la Semana Santa, que a su vez, se establece a partir del primer plenilunio posterior al 20 de marzo. Antiguamente, aunque no en fechas muy lejanas, se consideraba una fecha muy especial en la que cada uno aprovechaba para lucir sus mejores galas, e incluso, estrenar ropa de la nueva temporada. Costumbre que algunas familias, hoy en día, siguen manteniendo.
Pero, ¿Cuándo comienza la Semana Santa? Es en el Concilio de Nicea (año 325) donde se estableció que había que poner ciertas normas a la celebración de la Pascua de Resurrección, entre ellas que tenía que celebrarse en domingo, que no coincidiese nunca con la Pascua Judía, que se celebraba independientemente del día de la semana, y que los cristianos nunca celebrasen la Pascua dos veces al año. No obstante, siguieron manteniéndose las diferencias entre la Iglesia Romana y la de Alejandría, hasta que finalmente, en el Concilio de Nicea se consideró que sería Alejandría quien determinase la fecha de celebración de la Pascua de Resurrección, para comunicárselo a Roma, que sería quien lo difundiría a todos los cristianos. No fue hasta el año 525, cuando Dionisio el Exiguo implantó la forma de calcular la fecha de Alejandría, unificándose en todo el mundo, hasta hoy. Finalmente, la Pascua de Resurrección es el domingo inmediatamente posterior a la primera Luna llena tras el equinoccio de marzo y se debe calcular empleando la Luna llena astronómica y nunca puede ser antes del 22 de marzo y el 25 de abril como máximo.
Por tanto, los cristianos de todas las confesiones celebran los días más grandes de su vida espiritual. Jesús de Nazareth, entró en la ciudad santa de Jerusalén sabiendo bien lo que tenía que suceder. Acepto los designios de su Padre Dios y siguió caminando por aquellas calles empedradas mientras recibía los vítores y las alabanzas del pueblo fiel, que con palmas, ramas de laurel y olivo, iban a su encuentro, proclamando la Gloria de Dios.
Vivimos en nuestros días momentos complicados en los que la guerra, sigue siendo protagonista, además de la fuerte crisis económica, social, política y de valores. Hemos dejado de lado las enseñanzas del propio Jesús. No somos capaces de dar nuestro brazo a torcer en situaciones duras, complicadas y desagradables. Tan solo un gesto bastaría para que la Paz venciera, pero la dureza de los corazones humanos, impiden llegar al momento más ansiado. Mientras Jesús sigue caminando, y es juzgado de forma injusta; el abandono de los ancianos y los niños, además de los enfermos mentales, los presos en las cárceles, los enfermos que sufren en soledad sus padecimientos, los niños que no nacerán por el crimen abortista, los desplazados por culpa de los enfrentamientos bélicos, los trabajadores en situación de paro o que reciben sueldos injustos, las mujeres que son maltratadas, los ciegos, los lisiados, los desnutridos, los mutilados por las bombas lapa, los enfermos por las distintas pandemias recurrentes, las mujeres que se prostituyen por falta de ingresos que les permitan llevar una vida digna. Jesús va camino del Calvario por la Vía Dolorosa, mientras recibe los insultos de los que hacia tan solo unas horas le aclamaban. Ser su discípulo no es sencillo, porque nuestro corazón alberga envidias, odios, sinsabores, rencores, haciendo que las más bajas pasiones sigan aflorando, negándonos a ser seguidores reales y convencidos de Jesús.
Nuestras actitudes homófobas, son caldo de cultivo para fomentar el odio, la venganza. Los diferentes son los más amados por Jesús. Los leprosos, los tiñosos, los que tienen malformaciones, los que son abandonados, insultados, vejados. Esos son los que Jesús vino a salvar. No a los poderosos, ni a los convencidos, ni a los sabios chirivía, a esos que saben tanto y cuanto … Vino para darse a los pobres, los sencillos, los humildes de corazón, los sensibles, los que ven la vida de color de rosa, los que aman la naturaleza, los que son perseguidos, a todos dirigió su mensaje de salvación aceptando celebrar su Última Cena, que sirvió para dejarnos el alimento que nos salva: su propio Cuerpo, instituyendo la Eucaristía y el Sacerdocio.
Mientras suena la saeta, con la voz desgarrada, profunda, con impacto, el hombre queda sobrecogido ante el terrible momento que vive el propio Jesús, que es condenado de forma injusta, pero que sufre por todos nosotros. Los clavos, machacan los brazos y las piernas, los latigazos han hecho diversas heridas en su cuerpo físico, su cabeza coronada con espinas, deja chorrear la sangre, mientras se va consumiendo. Pide de beber, tiene sed física, aunque su sed sea de justicia, de paz, de amor, de saber bien lo que va a suceder y que ya resulta inevitable. Son momentos de extremo dolor. Su madre, la Virgen María, sufre silenciosa el martirio de su Hijo colocada a los pies de la Cruz, el madero que se hizo santo al contener al Hijo de Dios. Y llego el momento final, entregando su espíritu a Dios mientras perdonaba a los que le proferían aquellos tormentos. Las tinieblas cubrieron la tierra, los edificios se rasgaron, los terremotos se sucedieron, una fuerte tormenta de rayos, truenos y agua dejó caer sus gotas tristes: eran las lágrimas de los ángeles que lloraban desde el cielo la muerte del Hijo de Dios.
Pero no estaba todo terminado. Dijo que resucitaría al tercer día. Y así sucedió. El es la esperanza, la vivencia, el alimento que nos comunica la vida, el agua que nos da de beber y nos quita la sed, el amigo con el que podemos caminar juntos, el que nos da su apoyo sin esperar nada a cambio. Con su Resurrección nos dio la Vida Eterna, la que no termina, la que nos espera después de pasearnos por este Valle de Lágrimas.
Que vivamos la Semana Santa con sentido cristiano, que nuestros estrenos sean de Paz, Concordia, Amor y Libertad, imitando lo que Jesús nos enseñó: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Felices Pascuas.
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