Valencia, fue alguna vez un espejo terrestre del cielo. Cuando los minaretes aún marcaban la hora y los códices árabes circulaban en la penumbra de los scriptoria, la astrología no era superstición: era ciencia, poder y lenguaje sagrado.
En la Edad Media, cuando la ciudad era un cruce vibrante de culturas, los sabios de las tres religiones miraban al firmamento en busca de signos. La astrología, heredera del zodíaco babilónico, se mezcló con el saber griego y árabe, y echó raíces profundas en las bibliotecas valencianas. Se consultaban las posiciones de los planetas antes de emprender guerras, leyes, pactar matrimonios o curar enfermedades.
Uno de los nombres más destacados fue el de Jeroni Torrella, médico del rey Fernando el Católico y astrólogo reputado, que escribió sobre las imágenes astrológicas con un equilibrio fino entre ciencia y magia. Su obra no era marginal: fue impresa en Valencia en 1496, en los albores del Renacimiento hispano. En ella se defendía la influencia de los astros sobre el cuerpo y el alma, siempre bajo el amparo de la razón médica.
Ya en el siglo XVII, la astrología seguía viva entre cátedras universitarias y gabinetes privados. Onofre Pelechá, sacerdote, astrónomo y matemático, elaboraba pronósticos astrales que muchos consideraban tan precisos como inquietantes. Era habitual consultar las efemérides antes de una cosecha o una intervención quirúrgica. La astrología no era una creencia: era una herramienta.
Pero no todo se escribía ni se decía abiertamente. Mientras las cúpulas barrocas se alzaban al cielo, algunas consultas se hacían en secreto. Se temía a la Inquisición, que toleraba la astrología médica y matemática, pero condenaba cualquier práctica que rozara la adivinación.
Y sin embargo, la tradición no murió. Hoy, en ciertas librerías escondidas del centro o en calles tranquilas, aún hay quienes trazan cartas natales con exactitud reverente o te ofrecen la bibliografía necesaria más ancestral para ampliar conocimientos, donde no buscan predecir, sino comprender.
Valencia, sigue siendo un lugar donde los astros susurran sus secretos a quienes aprenden a interpretar sus señales. Quizá el verdadero misterio no resida en las estrellas mismas, sino en la mirada atenta y silenciosa de quienes se atreven a descifrarlas.
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