Susana Gisbert. / EPDATengo un buen amigo en cuyo perfil de WhatsApp se lee: “Deja mensaje y no audio”, acompañado del correspondiente emoji de manos en posición de súplica. Cuando le leo pienso en imitarlo, porque no puedo compartir más esa súplica. Me dan mucha rabia los audios y maldigo a quien los inventó.
Para evitar más críticas de las precisas, diré que no me refiero a los audios utilizados por personas con algún tipo de incapacidad física o sensorial, no pueden teclear mensajes escritos, aunque tengo un buen amigo que se molesta en enviar mensajes de texto en casi todas las ocasiones, lo que le agradezco en el alma. Me refiero a quien se coloca delante del microfonito del móvil como si estuviera en Operación Triunfo y se dispone a soltar una parrafada de dimensiones cósmicas. Y cuando una la recibe, le entra una pereza más grande cuanto mayor es el número de minutos empleados.
¿Y por qué esta manía mía compartida con mi amigo y con mucha más gente? ¿Será que he desarrollado algún tipo de fobia nueva y desconocida, la audiofobia, o una clase de alergia que no e detecta en los análisis médicos al uso?
Pudiera ser, pero las razones son mucho más sencillas. En primer término, porque los mensajes de móvil se supone que se utilizan cuando alguien no puede transmitirlos en una conversación directa y necesita enviarlos. Pero no entiende que quien los recibe probablemente tenga la misma imposibilidad de conversación directa, y que al contrario de lo que ocurre con un mensaje escrito, que se puede leer de reojo, no pueda abrirlo allá donde esté. Además, si no se está a solas, es muy arriesgado abrir un audio y escucharlo sin saber qué bomba pueda contener. Encima, a quien le llega, le entra una mezcla de ansiedad y curiosidad hasta que puede descubrir el contenido del mensaje.
Por otro lado, el hecho de tener el micrófono delante hace que el emitente se explaye como si, en vez de un mensaje breve, tuviera que escribir El Quijote sin necesidad de pluma ni teclado. Y esto no es que sea cosa mía. Le debía pasar a mucha gente cuando la propia aplicación desarrolló la posibilidad -muy útil, por cierto- de escucharlos con velocidad duplicada.
No obstante, no me pondré audiofóbica extremista, y estoy dispuesta a admitir que hay ocasiones donde un audio es admisible, además de los ya citados de discapacidad. Un tema complejo de trabajo, por ejemplo, o alguna situación de crisis que motive hacer uso del audio. Pero debería ser una excepción, y no una regla. Y hay gente que los utiliza por sistema y sin ningún filtro. Y eso es muy cansino.
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