La noticia ha corrido como la pólvora. Y no es para menos. Vivimos tiempos extraños en un país quizá, más extraño. Donde se construyen más aeropuertos que en Alemania, donde los que provocan y agravan una crisis ahora se quejan de que se toman medidas para intentar salir de esa crisis o donde los que han estado quietos paraos, sin hacer nada durante cuatro años donde el paro ascendía a más de cinco millones de personas, ahora les entra las prisas por salir a la calle, o donde los estudiantes les daba igual que España tuviera la tasa de paro juvenil más alta de Europa, pero ven fatal que haya recortes en educación aunque no tengan ni idea de qué recortes exactamente sean.
El rizo que riza al rizo es, como decía, esa noticia que informaba sobre la detención de dos padres de una menor por un presunto delito de detención ilegal de la menor.
Los padres castigaron a la menor a no salir de casa, castigada, y esta con un hacha rompió la puerta, se fue a la Guardia Civil y esta detuvo al padre como presunto autor y a la madre como presunta colaboradora ya que no se opuso a tal castigo.
La noticia, si no fuera real, sería de risa. Pero es real. Desde ciertas posturas buenistas se ha perseguido, penalizado y criminalizado a los padres y profesores que imponían disciplina y respeto. Se decía que era retrógrado y que lo progre era intentar entenderse con el menor en concreto, ser su amiguete, vaya. Colegas.
Colegueo
Pero hay sitios donde es imprescindible unas normas y donde hay normas no hay colegueo, donde hay normas hay unos que las aplican y las crean y otros que las cumplen (aunque las tengan que cumplir todos).
Hay sitios donde no todos son iguales sino que existe una jerarquía y por lo tanto un deber de obediencia y respeto y esos sitios son los centros educativos y la familia. Luego un profesor o unos padres podrán ser más o menos cercanos o accesibles, pero lo cierto es que hay reglas y si hay reglas tiene que haber obligación de cumplirlas y , por supuesto, posibilidad de reprender a quien las incumpla.
Pero esta lógica no se cumple desde el momento en el que hay un grupo de personas que gozan de inmunidad total a los castigos, y estos son los menores. Menor es tanto el recién nacido como la persona de 17 años. En este transcurso de tiempo la persona cambia mucho y tan cierto es que un niño de dos años no sabe distinguir el bien del mal como que una persona de 15 o 16 años ya sabe perfectamente qué es el bien y qué es el mal.
Es necesario volver a la sensatez y volver a dotar de autoridad a los profesores pero sobre todo a los padres que dentro de la necesaria proporcionalidad del castigo, han de poder reprender a sus hijos para poder educarlos.
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