Andaba
ayer dando un paseo por la calle y descubrí, en el escaparate de una
pastelería, dos apetitosas tartas que me lanzaban señales. Ambas
dos de merengue, una de mis debilidades, con una profusión de
montículos blancos que tentaban a meter los dedos sin piedad. Pero,
al acercarme a ellas, me gustaron un poquito menos. Y no porque su
aspecto fuera menos delicioso de lo que prometía de lejos, sino
porque eran tartas diferentes para niña y para niño. La de él,
rectangular y con un sobrio e inmaculado color blanco. La de ella,
redonda y salpicada por doquier de adornos rosas, perlas y lacitos.
Y, aunque seguro que estaban igual de ricas, se me marcharon las
ganas de meter el dedo en ellas.
Lo
cierto es que las tartas eran solo un ejemplo de los clichés a los
que sometemos a niños y niñas a plegarse desde la más tierna
infancia. Hasta los bebés siguen vistiéndose de azul o de rosa
según su sexo, por más que un bebé esté igual de lindo de rosa,
de azul, de blanco o de amarillo. Y, por supuesto, si alguien ve a un
rorro en su carrito vestido de azul o de rosa, ràpidamente
identificará su sexo en función del color de la ropa.
Me
contaba no hace mucho la dueña de una tienda de ropa infantil lo que
le gustan las camisas de niño en tonos fucsias, naranjas o rosas. Y
que, por más que los pone en el lugar más visible de la tienda,
acaban quedándose relegados por los azules, que estaban en un
perchero más escondido. Y lo malo de esto no es que el niño en
cuestión no quiera o no guste de vestirse de rosa, sino que somos
las personas mayores quienes les metemos en la cabeza que lo suyo es
ir de azul.
Pero,
aunque no lo crean, no me voy a poner talibana. Cada cual puede
vestirse y vestir a sus criaturas como le venga en gana. Pero lo que
debíeramos pensar antes de decir determinadas cosas es que no
tenemos por qué meterles nuestros prejuicios a ultranza. Frases como
“con ese color parecerás una nena” o “no te vistas así, que
pareces un chicote” no hacen bien a nadie. Y perpetúan una
desigualdad y unos estereotipos que flaco favor harán al futuro de
estos niños y niñas.
Porque
claro, a la ropa siguen las tartas, y a éstas los juguetes, tan
claramente diferenciados que hasta las cajas tienen un color u otro
según a quienes vayan dirigidos. No hae mucho comprobé que juguetes
tan poco proclives a la sexualización como pianos o guitarras de
plástico, tenían su versión de niña y niño, cambiándoles solo
los colores. Como si la música también tuviera género.
A
buen seguro que alguien que me conozca estará pensando que por qué
digo esto, si yo soy la primera que uso tacones y hago gala de ello.
Y es cierto que los uso, y que no tengo intención de dejar de
hacerlo a no ser que mi columna vertebral me dé un aviso serio. Pero
soy adulta y consciente de que los tacones no me hacen más femenina
ni menos feminista, y viceversa. Precisamente porque gozo de la
libertad de elegir si los llevo o no.
Así
que papás y mamás del mundo, no les llenemos la cabeza de
estereotipos. Y quizás su generación sí que acabe logrando ese
mundo en igualdad que es bueno para todas las personas. Sean niñas o
niños, vistan de azul, de rosa, o de los colores del arco iris.
SUSANA
GISBERT
(TWITTER
@gisb_sus)
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