Susana Gisbert. /EPDA Vivimos tiempos extraños. Cuando creíamos que la exhibición de emblemas LGTBI cuando llegaba el mes de junio y las celebraciones del orgullo era tan normal que sobraban comentarios, nos encontramos con todo lo contrario. De repente, pasa algo y se desata una polémica que hacía mucho tiempo que no tenía nada de polémica. Y se discute no solo la celebración, sino que se llegan a prohibir o a retirar banderas arco iris.
No estaría mal, llegado el caso, recordar cómo nació la bandera con los colores del arco iris, y su significado. Fue diseñada por Gilbert Baker en 1978, y hay quien la relaciona con la famosa canción que entonaba Judy Garland en El mago de Oz. Cada franja de color está asociada a un concepto: vida (rojo), naranja (salud), amarillo (luz solar), verde (naturaleza), azul (serenidad), morado (espíritu). La bandera original también incluía dos franjas con dos colores más, y fue realizada a petición de Harvey Milk, pero luego desparecieron el turquesa y el rosa, según algunas versiones, porque era más adecuado para decorar las farolas y, según otras, porque era mucho más caro e teñido si incluía esos colores. Curiosamente -o no- esos dos colores fueron los que formaron parte de la bandera que identifica al colectivo trans. Desde 2018 se intenta popularizar una nueva versión, creada por Daniel Quasar, con la intención de hacerla más inclusiva, que incluye el marrón y el negro para representar la inclusión de todas las razas, así como el rosa, el azul celeste y el blanco, que representan a las personas transgénero.
Pero, sea cual sea su origen y la versión que de la misma se acepte, lo que estaba claro es que, al menos oficialmente, todo el mundo la reconocía y respetaba en nuestra sociedad. Y así estábamos cuando, se repente, empiezan a surgir pactos y resoluciones de ayuntamientos que, también oficialmente, proscriben su uso. Sin prohibirla oficialmente -faltaría más- dejan de exhibirlas en balcones y ventanas de edificios oficiales y arrinconan su uso y lo que significa. El caso más sonado fue el del un ayuntamiento de nuestra Comunidad Autónoma, pero no es el único. Algo que da mucha pena, por no decir mucha rabia.
No obstante, y como soy optimista, no me quedaré con eso. Me quedaré con la reacción de la gente de la calle, de la gente de un pueblo cuyos habitantes se niegan a ser tachados de homófobos, que engalanaron sus balcones con los colores del arco iris y salieron a la calle a mostrar lo que su ayuntamiento se negaba a hacer. El orgullo. Un orgullo que nadie puede quitar porque se lleva dentro.
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