Con
los recientes escándalos que apuntan al ex tesorero del PP, Luís
Bárcenas, se ha podido saber que este es socio de una empresa agrícola
situada en Argentina llamada La Moraleja SA. Ángel Sanchís, ex
diputado, también ex tesorero del mismo partido y amigo de Bárcenas, es
el presidente de esta compañía, que posee 30.000 hectáreas en las que
se siembran limones, trigo, maíz, hortalizas, etc.
Este
artículo no pretende analizar ni ofrecer datos nuevos sobre la variante
más escandalosa de todo este asunto: los créditos otorgados por el
gobierno de Aznar a una empresa de coleguitas de partido situada a
miles de km. de la península. Más bien se pretende confrontar los dos
modelos agrícolas predominantes, que además resultan ser incompatibles
el uno con el otro.
Modelo agrícola local y social: en vías de extinción.
Es
el que practican millones de agricultores en el mundo. El que repartía
la riqueza y mantenía vivo el tejido rural. El compuesto por pequeños y
medianos minifundios que generan trabajo y alimentos para el consumo
local, nacional y también internacional. Es el modelo que sucumbe ante
las políticas neoliberales apadrinadas en los últimos lustros por el PP
y el PSOE, que en el estado español han y están expulsando a cientos de
miles de agricultores. Es el que podría y debería potenciarse en
tiempos de crisis como una posible salida laboral.
En el
estado español, este modelo está en decadencia ante la manifiesta falta
de rentabilidad originada por los bajos precios de compra que imponen
los intermediarios, la distribución y los supermercados. Todas las
organizaciones agrícolas y ganaderas sin excepción, han coincidido en
señalar este hecho como el principal causante de la sangría en el campo
español. Ante ello llevan años solicitando la intervención del estado
para que se establezcan precios mínimos de compra. El problema es que
en esta democracia no manda la gente, sino el Dios mercado.
Modelo “agrodarwinista”, global y corporativo: en clara expansión.
Con
él ya no es importante generar trabajo y comida, sino obtener
beneficios y ser competitivo aunque se genere hambre y abandono de
tierras en millones de personas. Con este modelo, unos eslabones de la
cadena agroalimentaria están dominados por unas pocas transnacionales
que venden semillas o agroquímicos. Otro está infestado de
especuladores e inversores, cuyas acciones financieras han originado el
incremento de los precios de los alimentos en los mercados de futuros.
Y uno más está controlado por intermediarios y distribuidores que
comercializan y venden la producción agraria.
El único
eslabón que permanecía exento de los depredadores era precisamente la
tierra. Pero desde hace unos años se ha constatado un fenómeno
denominado acaparamiento de tierras, en el que inversores,
transnacionales y empresas privadas y públicas están adquiriendo
millones de hectáreas especialmente en África aunque también en América
Latina (Argentina, Brasil, etc.). Además también se apropian de otros
recursos como el agua, para que sus explotaciones industriales estén
bien irrigadas aunque luego los campesinos no puedan regar las suyas.
No deja de ser paradójico que mientras millones de agricultores
europeos abandonan la tierra, algunos inversores deslocalizan la
producción agraria hacia países empobrecidos cuyos campesinos y
habitantes son expulsados de sus tierras para que ellos puedan
emprender sus proyectos agrícolas. Lógicamente no pretenden combatir un
hambre que ayudan a generar, sino que siembran alimentos y sobre todo
agrocombustibles que luego se exportarán a Europa, China, USA o los
países árabes.
Los más atrevidos argumentarán sobre este
modelo, que la vida es así y que solo los más aptos están condenados a
sobrevivir y triunfar, como dijo en su día el graduado en teología
Charles Darwin. Y de los menos aptos, ya se encargarán la FAO, las
ONG’s caritativas y los religiosos que rezarán para que los pobres
ganen en el cielo las parcelas que les son usurpadas en la tierra.
Acuerdos comerciales y corredores.
El
PP y el PSOE han defendido y apoyado el Acuerdo Bilateral entre la UE y
Marruecos para liberalizar el comercio de productos agrícolas y
pesqueros. A grandes rasgos y sin entrar en detalles, el acuerdo
consiste fundamentalmente en la liberalización del comercio mediante el
desmantelamiento arancelario, para que los productos agroalimentarios
puedan fluir con más facilidad entre las dos regiones.
La
embajada española en Marruecos ha alentado la inversión agrícola
española en el país africano. Mientras, todas las organizaciones
agrarias españolas que representan a cientos de miles de agricultores,
se han posicionado en contra de este acuerdo porque permitirá la
entrada de unos productos más baratos cultivados en una región con unas
políticas fiscales, laborales y ambientales más laxas, y por tanto, con
un precio de coste más bajo que los sembrados en el estado español. Que
nadie piense que los pequeños agricultores marroquíes se beneficiarán,
pues en algunos casos también han sido expulsados de sus tierras y en
cualquier caso este pastel agroexportador está horneado para inversores
extranjeros y terratenientes locales.
Con las tierras
acaparadas y las barreras comerciales derribadas, solo queda por
resolver el apartado logístico, y para ello, las autoridades analizan
dos posibles corredores (el “central” y el “mediterráneo”). Existe un
debate para ver cuál de los dos es el más conveniente, pero en ambos
casos el punto de partida es el puerto de Algeciras, situado a escasos
kilómetros de África. A pesar de las benevolencias que se han dicho
sobre estos corredores, no hay duda de que esta infraestructura que
pagaremos entre todos permitirá el transporte y el comercio de
productos agrícolas africanos, que dejará sin trabajo y futuro a los
campesinos de aquí y a los de allá.
Cuestiones morales.
No
se conoce una plaga más dañina para el campo español que la política
agraria emprendida por el PP y el PSOE. Ambas formaciones han tomado
decisiones estructurales que lo han masacrado y destrozado, mientras
han ignorado y desoído la voz del agricultor -y votante- representada
por las organizaciones agrarias.
Claro, ahora este
agricultor que se quema la piel bajo el sol, que tiene las manos
cubiertas de callos, que paga impuestos en su nación, que genera
puestos de trabajo en su ciudad y que desde hace años el llegar a final
de mes le supone un auténtico malabarismo, observa cómo se lucran de la
deslocalización de la producción agraria los altos ex cargos públicos
Luís Bárcenas y Ángel Sanchís, fomentando a la vez en América Latina un
modelo agroexportador que ha causado estragos.
Si le
parece extraño que la clase política no controle los precios de compra
que le arruinan, si le acongoja la futura invasión de cultivos
africanos en manos de inversores, ahora ¿qué esperanza le queda tras
ver que algunas ex figuras políticas se benefician de un modelo que a
él lo exprime y lo deja sin futuro? Pero ¿a quién narices le quedan
ganas de ser emprendedor con semejante marabunta hispánica?
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