Susana Gisbert. /EPDABlandengue.
Hacía tiempo que no oía esta expresión, y todavía estoy
ojiplática tras haberla vuelto a escuchar. Y no para bien.
Era
el día de San José. Las comisiones falleras acudían a la Misa
dedicada al patrón en sus respectivas parroquias, como parte de una
tradición. Como ocurre con la Ofrenda, van incluso quienes no creen,
y quienes ni siquiera saben si creen ni en qué creen, porque es uno
más de los actos falleros, con ese carácter híbrido y un tanto
contradictorio que preside nuestras fiestas. Y van, también, niños
y niñas, porque no hay que desaprovechar la oportunidad de vestirse,
lucirse, y hacer fotos, después de dos años de sequía fallera.
Hasta ahí todo normal.
Pero
hete tú aquí que el sacerdote aprovecha la afluencia de público y
se viene arriba a la hora de hablar de San José. Tal vez con la
mejor intención, pero el peor desacierto, trata de ser didáctico a
la hora de glosar al santo. San José, dice, no era un blandengue ni
un afeminado, era un buen hombre que no quiso denunciar a su esposa
por ese embarazo que le hubiera costado la lapidación pública. Ahí
queda eso.
Y,
más allá de ese pastiche entre denuncia, lapidación y bonhomía,
no doy crédito a ese uso aparentemente inocente de unos estereotipos
que perpetúan una desigualdad de la que, por desgracia, vemos muchas
muestras cada día.
San
José era un buen hombre, no un afeminado ni un blandengue, Como si
fueran antónimos. Como si hubiera que defender la hombría del santo
como el mejor de los valores en lugar de su buen corazón. O sea, que
no suframos, que era un machote como Dios manda. Porque no era
blandengue ni afeminado.
Como
decía antes, no dudo ni quiero dudar de su buena intención, y
aunque yo misma peque de blandengue, le concedo el beneficio de la
duda. Pero, para exaltar las bondades del santo, ¿no bastaba con
decir que era una persona sensible y comprensiva? ¿Hacía falta una
referencia velada a la homosexualidad tan innecesaria como
incomprensible? ¿Era preciso apuntar a la femineidad como algo
negativo?
Con
todo, creo que lo peor no fue el discurso. Lo peor fue que solo una
de las personas que allí estaba se quedó tan de pasta de boniato
como yo cuando me lo contó. Y eso es lo de verdad preocupante, que
ese tipo de mensajes vayan calando en las mentes como cala en los
cuerpos la persistente lluvia que no se ha querido perder ni uno solo
de nuestros actos falleros.
Reflexionemos
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