Ruth Merino En la gestión de la pandemia del coronavirus por parte del gobierno del Botànic, como en todo en la vida, nada es blanco o es negro, sino que su actuación se puede describir con una extensa gama de grises. Una gestión plagada de claroscuros, como la del presidente Puig.
Se han hecho cosas mal, otras muy mal, y también hay cosas que han funcionado razonablemente bien. Decir lo contrario sería instalarse en el extremo de la crítica infundada y destructiva que algunos practican. Aun así, cabría concluir que el resultado, a día de hoy, es un suspenso en la gestión de la crisis.
Durante las semanas más duras de la primera ola es evidente que se dejó desprotegido al sector sanitario: médicos y enfermeros lo dieron todo para salvar la vida de los ciudadanos sin que la Conselleria de Sanidad les proporcionara el material y los medios necesarios para protegerse ellos mismos. Y aún tuvieron que oír de boca de la consellera que la culpa de contagiarse era de ellos por lo que hacían en su vida privada.
La vicepresidenta y consellera de Igualdad, Mónica Oltra, desapareció. Sí, desapareció durante semanas dejando abandonada la gestión de las residencias de mayores. Mientras nuestros mayores morían solos, lejos de sus familiares, no supimos nada de ella. Se echó en falta liderazgo, alguien a las riendas de este sector tan maltratado por las circunstancias sanitarias y, cuando se trata de gestión privada, también injustamente criminalizado.
En el aspecto económico, en fin, decir que, por mucho que el lema del Consell haya sido "no dejar a nadie atrás", nada más lejos de la realidad. Desde Ciudadanos hemos denunciado continuamente el hecho incuestionable de que sí estaban dejando atrás a muchos sectores, a muchos autónomos, a muchos cuyos negocios se han visto seriamente afectados: hostelería, ocio nocturno, eventos, ocio infantil, agencias de viaje, comercio, indumentaria festiva y tantos otros. El Consell se sigue mostrando muy reacio a concederles ayudas directas tal y como han hecho otros países europeos.
Es de destacar un aspecto muy preocupante que impregna todas las áreas de gestión del Botànic, pero principalmente la sanitaria y las políticas sociales: la criminalización del sector privado. Cuando el sector público no llega a todo, ¿cuál es el problema de que las residencias de mayores sean gestionadas por empresas privadas? ¿De qué sirve ser reacios a derivar pacientes u operaciones a clínicas privadas? ¿Cuál es el problema de que te vacune la sanidad privada? El odio al libre mercado no debería suponer un riesgo para la salud.
Y, para colmo, llegaron las disputas internas entre los diferentes miembros del tripartito. Internas pero que se hacen públicas, ofreciendo un espectáculo bochornoso a todos los valencianos. El último ejemplo esta misma semana a cuenta de la cabalgata de los Reyes Magos en Valencia, llegando casi al insulto unos a otros en redes sociales. Lo último que necesitan los ciudadanos.
Quiero creer que todo el mundo está haciendo las cosas lo mejor que sabe, poniendo lo mejor de sí para frenar la pandemia. Pero es inevitable pensar que esta guerra interna y estos recelos les llevan a tomar decisiones equivocadas basadas en motivaciones personales o partidistas, en su necesidad de sobresalir y mantener su estatus, en lugar de en razones sanitarias, técnicas y objetivas.
Gestionar bien la crisis sanitaria, tomando decisiones correctas y a tiempo no solo es lo más importante, sino que es lo único importante. Porque de ello depende la salud de las personas y la economía. Y es evidente que, si quiere tomar buenas decisiones, a este Consell le falta humildad y le sobran egos, le falta centralidad y le sobra populismo, le falta saber escuchar y le sobra prepotencia, le falta eficiencia y le sobra ideología.
Y todo esto que les sobra a los dirigentes del Botànic es especialmente dañino si se tiene que gestionar una pandemia mundial. Y en ello están.
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