SUSANA GISBERT. /EPDAConfieso que este no es el artículo que pensaba publicar esta semana. Tenía escrito otro, e incluso había programado su envío, conforme es mi costumbre. Pero después de la gesta de este domingo no puedo dejar de hablar de ellas. De nuestras campeonas.
Llevamos tiempo reivindicando el deporte femenino, quejándonos de la abismal diferencia de sus compañeros varones en cuanto a condiciones laborales, atención mediática y, por supuesto, emolumentos. Igual actividad, diferente trato. Muy diferente.
Pero ellas lo han conseguido. Han logrado reclamar la atención de un país entero, incluidas quienes, habitualmente, abominamos del fútbol. Y han conseguido algo más, algo fantástico. Insuflar una ilusión que hacía tiempo que no se respiraba, pero con una diferencia fundamental. Quienes conseguían tal hazaña no eran tipos caprichosos que ganan cantidades obscenas, sino mujeres. Mujeres deportistas.
He visto el partido entero. He cantado los goles, he sufrido con el fallo del penalti, y he pedido la hora con toda España. Y, por supuesto, he celebrado la victoria y me he emocionado al recoger la copa, algo impensable tanto para mí como para mucha gente hasta hace poco. Hasta hace nada.
Esta victoria es, desde luego, mucho más que una victoria. Es un hito a partir del cual nada será igual. Las mujeres deportistas serán tratadas de otro modo, mucho más serio y, sobre todo, mucho más justo. Tan justo como merecen, ni más ni menos.
Pero, llegadas a ese punto, hay algo que me preocupa. Después de la victoria, he leído muchos comentarios reclamando que ellas cobren lo mismo que sus homónimos varones. Y creo que con eso cometemos un error. Lo del fútbol masculino ya hace tiempo que se nos ha ido de las manos, con cantidades exorbitantes y un mercadeo de personas que produce bochorno. Lo de ellos ya no es deporte, es negocio, un negocio con su rémora de corrupción y juego sucio. Y no quisiera que ellas cayeron en eso.
Las mujeres no tenemos que reproducir patrones masculinos. No tenemos que exigir cifras astronómicas ni permitir que estas heroínas se conviertan en meros productos, que es en lo que se han convertido gran parte de los futbolistas varones. Tenemos que seguir nuestras propias reglas de juego, y mostrar al mundo que queremos que las cosas cambien, no que sean iguales cambiando los nombres. Lo que queremos es igualdad y justicia, nada más y nada menos. Y que nadie nos robe el protagonismo.
Gracias, campeonas. Habéis hecho algo muy grande. Mucha más que ganar el campeonato del mundo.
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