Susana GisbertHace tiempo que una cancioncilla infantil ha saltado de las profundidades del disco duro de mi cabeza y se ha instalado en la superficie. Se llama “Canción de la vacuna”, o al menos así la llamaba yo porque en el estribillo, una Rosa León en blanco y negro, repetía que “todas las brujerías del brujito de Gulubú se curaron con la vacu, con la vacuna luna luna lu”. Tal era la insistencia de la cancioncilla en mi memoria, que comprobé que no era un invento mío acudiendo al lugar donde se comprueban las cosas de manera instantánea, San Google. Bingo. Ahí estaba Rosa León, aunque también hay versiones posteriores y un título alternativo, El brujito de Gulubú. Con su vacuna, por supuesto.
Es curioso que la niña que fui no diera ninguna importancia a eso de la vacuna –a pesar de la marca en el brazo que nos caracteriza a toda una generación- y la adulta que soy hoy le dé tanta. Es curioso que aquello de la vacuna sonara a pretérito perfecto y hoy suene a futuro imperfecto. Pero es lo que hay, por curioso que resulte.
Hoy, cuando una pandemia -otro término que parecía viejuno e impensable y hoy es presente- nos azota, la vacuna se ha vuelto nuestra última esperanza. O mejor dicho, nuestra verdadera esperanza. Tras dar palos de ciego con una posible inmunidad de rebaño, una supuesta desactivación por el calor, o un tratamiento milagroso, la única esperanza de recuperar nuestra vida es la vacuna. Esa vacuna por la que pugnan varios laboratorios en diversos países.
El fin de algunas de las medidas de protección y la llegada del verano nos han demostrado que no hay métodos milagrosos. Que solo la ciencia, esa ciencia que teníamos tan descuidada durante tanto tiempo, puede devolvernos esa vida que tanto añoramos. Solo la aparentemente fría ciencia nos puede devolver los cálidos abrazos que dejamos en suspenso la pasada primavera y que ansiamos volver a tener a nuestro alcance sin que supongan riesgo para nadie. Y con los abrazos, todas esas cosas que dejamos atrás, sobre todo el lujo de admirar una sonrisa en una cara despejada de elementos ajenos.
La vacuna llegará, esperemos que más temprano que tarde. Pero no olvidemos que, si con algo no ha podido el virus es con la sociedad capitalista, y la comercialización de la vacuna puede ser su constatación, si no se pone remedio.
Ojala llegue pronto y para todo el mundo. Estamos esperando esos abrazos que quedaron congelados.
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