Raúl Castillo. Recientemente
recibí una carta de una vecina de nuestra ciudad, preocupada y
enfadada a la par, por las situaciones que en demasiadas ocasiones
tienen que soportar nuestros hijos e hijas menores de edad cuando
están practicando deporte. En este caso concreto, me narraba sus
vivencias personales cuando acompaña a su hijo al campo de fútbol y
se queda en la grada como espectadora.
Con
su permiso y para evitar que se pierda por el camino el mensaje y su
sentimiento encontrado, paso a transcribir literalmente y extracto de
la misma:
“Hola
Raúl, soy madre de adolescente que juega en categoría juvenil en
futbol 11. Desde sus inicios en el Biensa C.F. con 4 años, siempre
he sido yo la encargada de llevarlo al fútbol. Te puedes imaginar
las horas, días y semanas que llevo de fútbol a mis espaldas…
Ahora
que estamos en categorías donde los jugadores son ya mayores y más
autónomos, me veo en la necesidad de denunciar y hacer la reflexión
sobre todos esos momentos violentos que he vivido junto a mi hijo en
los campos de fútbol. Es vergonzoso decirlo, pero todos y cada uno
de esos momentos fueron generados por los adultos, sí, esos padres y
madres acomplejados que igual insultaban a un enano de 6 años como
amenazaban con rajar a un árbitro de 20 años que se levantaba a las
7 de la mañana para pitar un partido a una panda de críos en
categorías de insignificante relevancia. Hoy me siento libre para
decirle a todos esos padres que van a los campos de futbol a enseñar
a sus hijos que la violencia verbal y física siempre es justificable
siempre y cuando gane su equipo, les diría que se queden en su casa,
cojan visita en un buen psicólogo y recapaciten sobre los valores
que están trasladando a sus hijos. Yo he sido testigo de todo tipo
de barbaridades, desde el “fill de puta”, al “te espero en la
puerta”. Hemos llegado a salir escoltados por la Guardia Civil y he
oído cómo un padre increpaba a su hijo a que le “rompiera la
pierna” a mi hijo.
Si
de algo me alegra que mi hijo ya no juegue en categorías infantiles
es de que ahora el miedo a que esto fuera a más, ha desaparecido,
los jóvenes van a jugar, se emplean a fondo, discuten, luchan, pero
cuando el árbitro pita el final, se dan la mano o incluso algún
abrazo y cada uno a su casa. Y este comportamiento tiene una única
explicación, la ausencia del padre o madre instigador. Como ejemplo,
en el último partido éramos seis padres, cuando la media en
categorías infantiles es de cuarenta. En fin, hay una conversación
que lo resume todo, cuando un padre le dijo a su hijo: “Ten cuidado
por dónde caminas", y el hijo le responde: “Ten cuidado tú,
recuerda que yo sigo tus pasos".
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